Hoy quiero sumergirnos juntos en las profundidades del Evangelio de Lucas (1,39-45), un pasaje que resuena con un mensaje eterno de confianza en Dios, de reconocimiento de su bondad y misericordia. En estos versículos, encontramos un recordatorio de que dar gracias a Dios por todo, por el pasado, el presente y lo que está por venir, es clave para nutrir nuestra alma y abrirnos al Espíritu Santo.
La historia nos lleva a María, un faro de fe y confianza en Dios. Al visitar a su prima Isabel, María nos muestra el arte de dar gracias en medio de las circunstancias, incluso cuando no entendemos completamente el plan divino. Como María, somos llamados a agradecer no solo por lo que percibimos como bueno, sino por todo, sabiendo que cada experiencia es una pieza en el rompecabezas de nuestro crecimiento espiritual.
Dios, en su infinita bondad, nos ha dado la capacidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto. Al agradecer por todo, abrimos nuestro corazón a la enseñanza del Espíritu Santo, que nos guía por el sendero del bien. La fe, como una planta delicada, florece con la oración constante. Cuando creemos en Dios, establecemos una conversación continua con Él, fortaleciendo así nuestra conexión espiritual.
Mirando a María, vemos no solo a la Madre de Gracia, sino también a la Madre de Misericordia. Su ejemplo nos inspira a confiar plenamente en la bondad de Dios, incluso en momentos de incertidumbre. María nos enseña que la fe no es solo una creencia pasiva, sino una confianza activa y dinámica en la providencia divina.
Así que, querido lector, te invito a reflexionar sobre este pasaje de Lucas. Agradece por tu pasado, confía en el presente y deposita tu futuro en las manos de Dios. Cultiva tu fe a través de la oración constante, manteniendo esa conversación vital con el Creador. Que el ejemplo de María te inspire a ser una persona de fe, agradeciendo siempre por la abundancia de la gracia y la misericordia divinas.
En el camino de la fe,
Yôsef