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Mensaje del dia

El deseo de Dios

 

El deseo de Dios es que su mensaje llegue a los hombres a través de los hombres; por eso, Jesús envía a sus discípulos como seres de luz para iluminar el mundo, enseñando la fe.

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El resplandor de los enviados

Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, como luminarias que se acompañan, porque la luz verdadera nunca camina sola: siempre busca reflejarse y multiplicarse. En la cábala, la misión de cada alma es revelar la chispa divina que lleva oculta dentro de sí; esa chispa solo se enciende plenamente cuando se comparte con el mundo.

El Maestro sabía que cada discípulo era un portador del Or Ein Sof, la luz infinita, y que al ir de aldea en aldea no solo anunciaban un mensaje, sino que cumplían con el tikkun —la reparación del mundo—, restaurando la armonía entre cielo y tierra.

La enseñanza es profunda: no se trata de conquistar territorios, sino corazones; no de imponer la fe, sino de sembrar paz. Allí donde el discípulo lleva shalom, se abre un canal entre lo alto y lo bajo, y la Presencia Divina reposa. Allí donde no se recibe la luz, el polvo mismo se convierte en testigo del rechazo.

Así, cada paso que damos en fidelidad al mensaje de Dios se transforma en un acto de creación, en un hilo de luz que teje la red sagrada del universo. Ser discípulo es más que predicar: es vivir como canal de esa luz, aceptando con amor, incluso cuando el mundo se resista.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 1-12):

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios.» Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: «Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios.» Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»
Palabra del Señor.

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Mientras que la fe, en su sentido común, puede entenderse como «creer en Dios», la Emuná es mucho más profunda: es confiar en que todo lo que sucede en nuestra vida forma parte de Su plan perfecto. No se trata solo de aceptar que Dios existe, sino de vivir con la certeza de que Él guía cada paso, incluso en los momentos de prueba y dificultad.

Jesús nos enseña esta fe viva cuando nos invita a orar, a confiar y a entregarnos a la voluntad del Padre. Su vida es el mayor testimonio de la Emuná: nunca dudó del amor y la providencia divina, incluso en el momento de la cruz.

¿Cómo desarrollar la Emuná en nuestra vida?

  • Orando con confianza, sabiendo que Dios escucha y responde en Su tiempo.
  • Agradeciendo en todo momento, porque cada circunstancia es parte de Su propósito.
  • Actuando con fe, sin miedo al futuro, porque Dios es quien guía el camino.

Cuando cultivamos la Emuná, vivimos con paz, gratitud y certeza de que Dios siempre está con nosotros. Más que una creencia, la fe es una forma de vida que nos transforma desde el interior.