Jesús nos enseña que el sufrimiento no es el final, sino el inicio de la transformación.
En su Ascensión, revela que todo dolor puede elevarnos si confiamos en Dios.
Cuando el alma acepta la cruz, se abre a la fuerza de lo alto.
Así como el cuerpo de Jesús subió al cielo, también nuestro espíritu puede elevarse cuando vive en fe, amor y entrega.
La verdadera alegría nace de saber que Él permanece con nosotros, y que somos testigos de su luz.

El sufrimiento que eleva el alma

Inspirado en Lucas 24,46-53

La Cábala nos enseña que cada alma desciende al mundo con un propósito: realizar su tikkun, es decir, su corrección espiritual. Venimos a esta vida no solo a disfrutarla, sino también a transformar la oscuridad en luz. Y esa transformación pasa, muchas veces, por el dolor.

Jesús nos enseña que el sufrimiento no es el final, sino el inicio de una transformación profunda. No es castigo, sino camino. Él, que padeció la cruz, no la evitó ni la negó. La abrazó. Y al hacerlo, reveló que incluso la muerte puede ser vencida cuando hay fe.

Desde la mirada cabalística, cada momento difícil —una pérdida, una traición, una enfermedad, un fracaso— puede ser parte del proceso que el alma necesita vivir para corregirse, para desprenderse de lo que le impide elevarse. Cuando aceptamos esa cruz, como Jesús la aceptó, y no nos resistimos al proceso, algo se transforma: lo que parecía destruirnos comienza a sanarnos.

La Ascensión no es solo un evento glorioso: es una señal de lo que el alma puede alcanzar cuando ha sido purificada por el amor, la fe y la entrega. Jesús sube al cielo, pero no nos deja solos. Él promete “la fuerza de lo alto”, ese Ruaj HaKodesh —Espíritu Santo— que nos reviste de poder cuando decidimos seguir sus pasos.

Desde la Cábala, entendemos que esa “fuerza de lo alto” es también luz divina que despierta desde adentro, cuando la persona ha limpiado las vasijas de su ego y ha cultivado un corazón humilde. Esa luz transforma nuestra percepción: ya no huimos del dolor, lo entendemos. Ya no maldecimos el proceso, lo bendecimos.

Por eso los discípulos regresaron con alegría. Porque comprendieron que Jesús no se había ido, sino que ahora vivía en ellos. Y en nosotros. Cada vez que decidimos afrontar el sufrimiento desde el amor, nos unimos a Él. Cada vez que damos un paso de fe, aun con lágrimas en los ojos, nos acercamos a nuestra verdadera corrección.

Para quien tiene fe, todo es para bien. Aun lo que duele, si se vive con Dios, eleva el alma.

Lucas (24,46-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

Palabra del Señor