Mensaje de Jesus

A quien temer

 

Jesús dijo: “Temed al que puede matar y arrojar al infierno.”
Y muchos imaginaron a un Dios vengador, pero no entendieron que hablaba del alma misma.
Porque cuando el alma juzga, mata; y cuando condena, arroja al infierno.
No hay fuego más ardiente que el juicio sin misericordia, ni castigo más grande que el corazón endurecido.
Por eso dijo el Maestro: temed a ese, al juez que habita en vosotros.

Cuando el alma juzga, la Luz se retira

La cábala revela que toda creación vive entre dos columnas: la de la misericordia (Jesed) y la del rigor (Guevurá).
Ambas proceden del mismo Dios, pero se manifiestan según el recipiente del alma.
Cuando el alma se alinea con el amor, la Luz fluye sin obstáculos; pero cuando se enreda en el juicio, la Luz se contrae y aparece la sombra.
Esa contracción, llamada tzimtzum, no es castigo, sino reflejo: el alma se ve a sí misma sin la Luz que antes la envolvía, y a eso los sabios llaman guehinom, el infierno interior.

El infierno no es un lugar, es una conciencia.
Es el estado en el que la misericordia se ha apagado y el alma se contempla desde la distancia del rigor.
Es allí donde el hombre siente que Dios lo ha abandonado, cuando en verdad ha sido él quien ha cerrado el paso a la Luz.
El juicio sin amor —cuando juzgamos a otros, cuando nos creemos dueños de la verdad— es la espada que mata y el fuego que condena.
Por eso Jesús no advierte contra un demonio exterior, sino contra el principio interior del rigor absoluto: el poder de crear separación.

El “temor” del que habla el Maestro no es miedo servil, sino reverencia.
Es el respeto sagrado por la ley de causa y efecto que habita en la creación.
Cada pensamiento, cada palabra, cada juicio emite una vibración.
Si esa vibración nace del amor, asciende como incienso;
si nace del orgullo, cae sobre nosotros como piedra.

Jesús nos enseña a temer al juez interno que juzga sin compasión,
a cuidar la voz que acusa y el pensamiento que separa,
porque esa es la voz que puede matar y arrojar al infierno:
la voz del alma que ha olvidado su origen divino.

La cábala enseña que el equilibrio perfecto nace cuando Jesed y Guevurá se unen en Tiferet, el corazón.
Allí, el juicio se convierte en discernimiento y la misericordia en sabiduría.
El alma que habita en ese punto ya no condena: ilumina.
Y el fuego del infierno se transforma en fuego de purificación.

Temed, pues, no al fuego, sino al olvido del amor.
Temed al juicio que divide, a la palabra que hiere,
porque ellas separan el alma de su Fuente.
Y amad al que perdona, porque en su misericordia está la vida,
y quien ama, incluso en el rigor, jamás conocerá el infierno.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,1-7):

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»

Palabra del Señor.