Deposita tu confianza en Dios, sabiendo que todo lo provee y todo lo puede. Vive una vida de fe.
Vivir una vida de fe es seguir los mandamientos de Dios, confiando en que tiene un plan para el perfeccionamiento de tu alma. Por eso, sé desprendido de lo material y vive en el amor, sabiendo que lo que es para ti llegará.
Ante toda situación, acude primero a Dios.
—
El Verdadero Tesoro: La Vida Eterna y el Camino de la Sabiduría
Un joven se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Marcos 10,17). Su pregunta revelaba un anhelo profundo, el deseo de trascender y alcanzar la plenitud del alma. Jesús le respondió con claridad: “Guarda los mandamientos”. Sin embargo, cuando el Maestro le pidió desprenderse de sus riquezas y seguirlo, el joven se marchó triste. Su apego a lo material le impidió dar el paso definitivo hacia la eternidad.
Desde la perspectiva de la Cábala judía, este relato nos habla del Tikkun HaNefesh, la rectificación del alma. Venimos a este mundo con la misión de reparar aspectos espirituales y elevar nuestra consciencia. Sin embargo, muchas veces nos aferramos al Olam HaZeh (el mundo material), olvidando que nuestra verdadera herencia está en el Olam HaBa (el mundo venidero).
Jesús nos invita a trascender el nivel más bajo de la realidad, que en la Cábala se asocia con Maljut, el reino terrenal, y a elevarnos hacia estados superiores de conexión con Dios. Para ello, debemos desapegarnos del Klippot, esas capas de ego y deseos superficiales que nos impiden ver la luz divina.
Los mandamientos que Dios nos ha dado no son cargas, sino canales de luz que permiten la elevación del alma. Quien sigue la senda de la Torá y las enseñanzas de Jesús no solo purifica su Neshamá (alma superior), sino que también accede a la verdadera riqueza: la unión con el Creador.
El joven rico tenía en sus manos la oportunidad de entrar en la plenitud del Reino de Dios, pero su apego a las posesiones materiales lo ató a lo efímero. Su error no fue tener riquezas, sino haberlas convertido en su centro. La Cábala nos enseña que la abundancia no es mala en sí misma, pero debe ser un medio para el bien, no un fin en sí mismo.
Jesús nos recuerda que “para los hombres es imposible, pero no para Dios” (Marcos 10,27). Confiar en Él, vivir según Su voluntad y cumplir con nuestra misión espiritual nos asegura la verdadera riqueza: la vida eterna.
Así que ante cada situación, pregúntate: ¿estoy acumulando tesoros en la tierra o invirtiendo en la eternidad? ¿Estoy viviendo conforme a la voluntad de Dios o atrapado en ilusiones pasajeras? La respuesta definirá tu destino eterno.
—
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,17-27):
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»
Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.»
Palabra del Señor.