Jesús obra en quien cree en Él y le pide de corazón.

Cree en Jesús y sigue sus enseñanzas, viviendo el presente y avanzando con esperanza en este camino terrenal hacia la vida eterna. Recuerda siempre lo más importante: la salvación del alma.

Disfruta de esta vida terrenal de manera sana, con alegría y gratitud, dando gracias a Dios en todo lugar y en todo momento.

No necesitas señales, necesitas fe.

Fe y Bitajón: Creer con convicción en el camino que elegimos

En el Evangelio de Juan (4,43-54), Jesús sana al hijo de un funcionario real sin necesidad de tocarlo ni verlo. Simplemente le dice: “Vete, tu hijo vive”, y el hombre cree en su palabra. No exige pruebas ni señales; su confianza en Jesús es absoluta.

En la cábala, la fe (emuná) es el primer paso, pero la verdadera transformación ocurre cuando la fe se convierte en bitajón, una confianza activa y profunda en Dios. No basta con creer que Dios puede obrar milagros; debemos vivir con la certeza de que Él está guiando cada paso que damos.

Dios no impone su camino, sino que nos lleva por el sendero que elegimos con nuestras creencias y decisiones. Si dudamos, nos enfrentamos a obstáculos y confusión; si confiamos con convicción, avanzamos con firmeza. Cuando el funcionario creyó en Jesús sin ver pruebas inmediatas, eligió el camino de la certeza, y su fe activó la bendición.

Así ocurre con nuestra vida: cuanto más creamos con convicción y confianza en Dios, más clara será nuestra senda. No necesitamos señales constantes para saber que Dios obra, sino la certeza de que Él nos guía siempre.

La enseñanza es clara: vive con fe y bitajón, creyendo que Dios ya está obrando en tu favor, incluso cuando aún no ves el milagro.

Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
Palabra del Señor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *