Jesús nos revela la misericordia de Dios al perdonar nuestras faltas. Siguiendo su ejemplo, también nosotros debemos perdonar las faltas de nuestros hermanos, recordando que hemos venido a este mundo a buscar la perfección de nuestra alma para poder regresar a Dios.
Nuestra misión es volver a Él. Por eso, enfoquémonos en nuestro propio caminar, corrigiendo el rumbo y dando pasos firmes hacia aquello que nos acerca a Su presencia.
Y no olvides: así como juzgas, también serás juzgado.
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Vive y deja vivir — El Juicio que Eleva o Condena el Alma
En el evangelio de Juan (8,1-11), los maestros de la ley arrastran a una mujer sorprendida en adulterio para exponerla ante Jesús. Le exigen un juicio. La ley de Moisés es clara: debe ser apedreada. Pero Jesús, en su sabiduría, se inclina y escribe en la tierra. Luego pronuncia una frase que quiebra toda lógica humana y revela el corazón divino:
“El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.”
Esta escena no solo nos habla de compasión. Desde la Cábala, es una enseñanza profunda sobre el alma, el juicio y el propósito de la vida. Cada uno de nosotros desciende a este mundo con una misión espiritual: rectificar su alma, reparar sus fragmentos rotos, su tikún. Todos fallamos. Todos necesitamos elevarnos. Y sin embargo, muchas veces usamos los errores ajenos como distracción de los propios.
Aquí entra la sabiduría de «vive y deja vivir», no como una frase superficial o permisiva, sino como una instrucción espiritual:
Cada alma tiene un camino único. Cada uno vive su proceso. Y juzgar el proceso ajeno no solo interfiere en su evolución, sino que activa un juicio sobre ti mismo.
La Cábala nos enseña que al emitir juicios sobre otros, abrimos en los cielos una medida de juicio que se nos aplicará también a nosotros (midá kenegued midá — medida por medida). Es por eso que Jesús dice con fuerza en otro pasaje: “No juzguéis, y no seréis juzgados.”
Cuando señalamos el error del otro sin haber corregido el propio, lanzamos piedras desde el ego. Pero el ego no repara el alma. Solo la humildad lo hace.
Por eso Jesús no niega la falta de la mujer. No le dice que está bien lo que hizo. Pero tampoco la define por su error. La invita al cambio. Le recuerda que aún hay posibilidad. Y eso mismo nos dice a todos:
«Vete, y no peques más».
En otras palabras: «Reconoce tu herida, sana tu alma, y continúa tu camino.»
Desde la Cábala comprendemos que cuando juzgamos, interferimos. En lugar de permitir que el otro viva su proceso, pretendemos corregir desde afuera lo que solo puede cambiar desde adentro.
Pero la corrección espiritual no se impone. Solo se revela cuando el alma está lista.
Por eso, vive y deja vivir.
Corrige tu interior. Eleva tu conciencia. Y deja que Dios sea quien juzgue los procesos de los demás.
Porque el juicio que liberas hoy sobre otro, mañana puede ser la vara con la que midan tu vida.
Que en lugar de piedras, lancemos luz.
Que en lugar de juicio, ofrezcamos oración.
Y que cada caída, propia o ajena, nos recuerde que la verdadera justicia del cielo no busca castigo, sino transformación.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor.