Jesús está entre nosotros.
Tan solo levantemos la mirada mientras vivimos conscientes, reconociéndolo en el hermano más pequeño que se presenta ante nosotros con la oportunidad que nos trae para honrar a Dios.
Lo que Dios quiere es que tomemos conciencia del propósito por el cual venimos a este mundo: para vivir con fe, conocer y contemplar su creación. Por eso nos ha enviado a Jesús, para enseñarnos el secreto del amor con el que alcanzamos sus promesas.
Reconozcamos entonces que Jesús está entre nosotros, que habita en cada uno de los seres de este mundo y que estamos unidos por un mismo corazón.
Vivamos conscientes de la creación de Dios.
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Reflexión: El fuego de la Emunáh
En el camino a Emaús, dos discípulos caminaban tristes, con el corazón cargado por la ausencia del Maestro. Jesús resucitado camina a su lado, pero no lo reconocen. Están tan inmersos en su dolor, tan atrapados en sus expectativas rotas, que no pueden ver la luz que ya está brillando junto a ellos.
Esto nos revela una enseñanza profunda desde la mirada de la cábala: el alma, cuando está atrapada en el pasado o en sus miedos, no puede percibir la luz del momento presente. La luz del Creador siempre está disponible, pero solo puede entrar en una vasija que esté abierta desde la conciencia. Y esa apertura sucede cuando soltamos nuestras expectativas, cuando aprendemos a mirar con fe —con emunáh— y no con los ojos del mundo.
Lo mismo ocurre en la lectura de los Hechos (3,1-10). Pedro se encuentra con un hombre que pide limosna. Él no le da oro ni plata, sino lo que realmente tiene: la fe viva que Jesús le dejó. Y con esa fe, lo levanta. Pedro no dice que actúa en su nombre, sino en el nombre de Jesús. Porque lo que realmente Jesús nos dejó no fue un objeto, ni siquiera una fórmula, sino una forma de vivir: confiar plenamente en Dios, vivir con emunáh, como él lo hizo.
Jesús nos enseña que la fe no es una creencia estática, sino una práctica viva. Es caminar cada día como si la promesa ya se hubiera cumplido, es amar cuando no entendemos, es confiar cuando todo parece oscuro. En términos de la cábala, esta es la manera en que nos alineamos con la Luz del Infinito (Or Ein Sof): no a través del mérito externo, sino de la corrección interior, del refinamiento del alma que elige confiar, agradecer, y caminar.
Cuando los discípulos en Emaús finalmente reconocen a Jesús, es en el partir del pan. En ese instante de comunión, de entrega y de presencia. Solo entonces sus ojos se abren, y lo reconocen. Porque cuando el corazón está presente, los ojos del alma pueden ver.
Y así también nosotros: cuando vivimos con emunáh, reconocemos a Dios en cada paso del camino. Descubrimos que la fe no es algo que se nos da una vez para siempre, sino una llama que se enciende en la práctica diaria. Jesús nos dejó el fuego, pero nosotros debemos encenderlo, cuidarlo y compartirlo.
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Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.
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