Jesús nos enseña a reconocer la presencia de Dios, nuestro Padre Celestial, a través de nuestros hermanos, y nos revela que al conocerlo a Él, conoceremos también a Dios.
Jesús es nuestro maestro de vida; Él nos muestra cómo vivir y actuar conforme a la voluntad divina para hacernos semejantes a Él.
Deja que Jesús habite en ti y sea tu guía en el camino hacia la vida eterna.
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Jesús, el Camino de la Revelación
En el Evangelio según San Juan, Jesús dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí». Esta afirmación no es solo una declaración teológica, sino una revelación mística sobre cómo acceder a las dimensiones superiores del alma y del Creador. Desde la perspectiva de la Cábala, el camino hacia Dios siempre ha implicado un proceso de ascensión interior, una transformación de la conciencia que nos conecta con la Luz divina.
Jesús, como maestro espiritual, representa esa escalera de Jacob que une la tierra con el cielo. Al decir que quien lo ve a Él, ve al Padre, nos enseña que el rostro de Dios se manifiesta a través del amor, la compasión, la humildad y la verdad que Él encarna. En términos cabalísticos, Jesús es la manifestación perfecta de Tiferet, la belleza que armoniza el juicio (Gevurá) con la misericordia (Jesed), y que nos lleva al equilibrio espiritual.
La Cábala nos enseña que todo lo creado tiene chispa divina y que el alma humana proviene de los mundos superiores. Pero esa chispa solo se activa cuando seguimos el camino del amor verdadero, de la intención pura y del servicio a los demás. Jesús no solo nos muestra ese camino; Él es ese camino. Caminar en su enseñanza es caminar en luz, y como revela el Zóhar, la luz solo habita donde hay apertura del corazón.
Por eso, cuando Jesús promete que todo lo que pidamos en su nombre lo recibiremos, no se refiere a una fórmula mágica. Se refiere a una alineación profunda entre nuestro deseo y el propósito divino. Pedir en su nombre es pedir con la conciencia de su misión, con su amor, con su entrega. Es elevar nuestra voluntad hasta que se funda con la del Creador.
Creer en Jesús, entonces, es más que un acto de fe: es un compromiso con la transformación. Es permitir que la luz de lo Alto entre en nuestra alma y nos renueve. Es reconocer que al conocerlo a Él, conocemos a Dios, no solo intelectualmente, sino desde el alma.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (14,6-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»
Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.»
Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace sus obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.»
Palabra del Señor.