Jesús, el Pan de Vida, es el regalo de Dios que nos enseña a caminar en santidad para así conectar con nuestro Padre Celestial a través de su Sagrado Corazón, fuente de paz que nos llena de fe, esperanza y amor.

Recibir a Jesús en nuestro corazón es dejarlo actuar, seguir sus enseñanzas y permitir que el Espíritu Santo entre en nosotros como nuestro guía.

Actuemos como nos enseña Jesús, haciendo la voluntad de Dios.

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El alimento que despierta el alma

Jesús se presenta como el Pan de Vida, una metáfora que encierra un profundo significado espiritual. En la Cábala, todo lo que se manifiesta en el plano físico tiene su raíz en el mundo espiritual. El pan, alimento esencial del cuerpo, aquí representa el alimento esencial del alma: la conexión con la Luz divina que proviene de Dios.

Según la sabiduría cabalística, el alma desciende a este mundo con un propósito: revelar la Luz del Creador a través de sus actos. Pero esta tarea no puede lograrse si el alma permanece dormida o desconectada de su fuente. Por eso Jesús, que viene del mundo de lo Alto —como indica el versículo—, no solo nos ofrece ese alimento espiritual, sino que nos enseña el camino para recibirlo: hacer la voluntad del Padre.

Creer en Jesús no es solo un acto de fe, es un acto de alineación. Desde la Cábala, esto implica conectar nuestra voluntad con la voluntad divina. Es decir, dejar de actuar por deseo egoísta y empezar a vivir según el deseo de dar, amar, servir y elevar. Ese es el verdadero pan que sacia, el que alimenta al alma porque le devuelve su dirección espiritual.

Cuando aceptamos a Jesús en nuestro interior, permitimos que la Luz del Creador entre y nos transforme. Dejamos de buscar saciedad en el mundo material, porque comprendemos que la única plenitud real proviene de ese vínculo con el Reino de los Cielos. Así, el «no tener hambre ni sed jamás» es una promesa que se cumple cuando el alma se une con su raíz espiritual.

El mensaje es claro: si comes del pan que Jesús ofrece, tu alma despertará y tu propósito se revelará. Y así como el alma desciende, también debe elevarse, cumpliendo el plan de Dios. La resurrección del último día, mencionada en el pasaje, es también una alusión cabalística a la elevación final del alma, cuando esta ha completado su tikkún, su corrección.


Lectura del santo evangelio según san Juan (6,35-40):

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Palabra del Señor.

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