Jesús llegó a nuestro corazón para dejarnos al Espíritu Santo, con su sabiduría y conocimiento sobre cómo actuar para vivir en el Reino de Dios.
Recibe a Jesús en tu corazón y permite que su Santo Espíritu habite en ti, para que experimentes la paz que Él te ofrece.
Lo que debes saber es que, cuando actúas con coherencia según la Palabra de Dios, la paz llega a ti.
Lo que debes creer es que, si abres tu corazón, podrás sentir el amor y la paz de Jesús, sin importar la situación.
Lo que debes hacer es permanecer en oración, fortaleciendo tu fe.
Que la paz que nos trae Jesucristo, el Señor, esté con todos nosotros.
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Recibir el aliento divino
En el Evangelio de Juan (20,19-23), Jesús se presenta en medio de sus discípulos con las puertas cerradas, les ofrece la paz y sopla sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”. Este momento no es solo un símbolo; es una transferencia espiritual profunda. Desde la mirada de la Cábala, podríamos decir que Jesús no solo transmite un mensaje, sino que despierta en los discípulos una dimensión más elevada del alma: el ruaj, el aliento de vida consciente, que conecta al ser humano con su propósito divino.
La Cábala enseña que el alma humana está compuesta de varios niveles. Entre ellos, el neshamá y el ruaj son los aspectos que reciben la luz divina con mayor claridad. Cuando Jesús sopla sobre ellos, está despertando esta conexión: les está revelando el canal por el cual pueden alinearse con la voluntad de Dios desde adentro, no como algo externo que deben obedecer, sino como una verdad interna que deben encarnar.
Pero para recibir este aliento divino, es necesario algo previo: el corazón debe estar en paz. No por casualidad, Jesús dice primero: “La paz esté con vosotros”. La paz interior es condición para que la luz del alma superior pueda descender. Desde la sabiduría cabalística, esto se entiende como una apertura del canal entre el mundo de abajo (Maljut) y los mundos superiores, especialmente Tiferet, donde habita el equilibrio, la misericordia y la belleza divina.
Además, Jesús les otorga el poder de perdonar: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Este don, en clave cabalística, no es simplemente una autoridad religiosa, sino una capacidad espiritual para reparar el mundo (tikkún olam) a través del amor, el juicio equilibrado y la compasión. Perdonar es liberar las chispas de luz atrapadas en la dureza del juicio, es restablecer la armonía entre las sefirot del árbol de la vida.
Por eso, este pasaje no es solo una escena de consuelo. Es una activación espiritual. Jesús despierta en sus discípulos la capacidad de ser canales conscientes del Espíritu de Dios. Les otorga el aliento que restaura, la paz que abre, y el perdón que sana.
Y también a nosotros, cuando abrimos el corazón con fe, el mismo Espíritu nos habita. Pero debemos prepararnos: buscar la paz, desear la verdad, y disponernos a recibir la luz que Dios sopla sobre nuestras almas.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-23):
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Palabra del Señor.