El mensaje revelado

Jesús nos enseña a vivir en el camino que conduce a la vida eterna, siendo misericordiosos y construyendo el Reino de Dios.

Todo lo que sale de nuestro corazón vuelve a nosotros; por eso, haz el bien sin mirar a quién y confía en la misericordia de Dios.

Recibe a Jesús en tu corazón, el enviado del Padre, guía y camino hacia la vida eterna.

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Desde la sabiduría antigua

La misericordia como camino de corrección espiritual

En el Evangelio de Lucas, Jesús responde a la pregunta de un maestro de la ley:
“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Y responde con una parábola:
la del hombre herido en el camino,
el sacerdote que pasa de largo,
el levita que mira pero no ayuda…
y el samaritano que se detiene, se compadece, y actúa.

Esta enseñanza va más allá de un llamado a ser buenos:
Jesús está revelando el camino para entrar en el Reino de Dios.
Un camino que comienza en el corazón…
y se traduce en acción.

Desde la sabiduría de la Cábala,
esto se conecta con el tikún ha-nefesh,
la corrección del alma:
esa tarea sagrada de elevarnos espiritualmente,
reparando con nuestras acciones lo que el ego ha quebrado.

Según la Cábala, el mundo físico es un reflejo de los mundos superiores.
Cuando actuamos con misericordia,
no solo ayudamos al prójimo:
liberamos luz, rompemos barreras internas,
y nos alineamos con la voluntad divina.
Porque el que ve el dolor y actúa,
está revelando el rostro de Dios en la tierra.

Por eso Jesús dice: “Ve y haz tú lo mismo”.
Porque no basta con saber la ley,
hay que encarnarla.
No basta con hablar de amor,
hay que vivirlo.

El amor verdadero —dice la Cábala— no es emoción, es expansión.
Es la energía que une los mundos,
y que nos permite elevarnos más allá del yo.
Y es allí, en ese acto de entrega sincera,
donde el alma encuentra su camino a la vida eterna.

Así, cuando amamos al prójimo como a nosotros mismos,
estamos cumpliendo el mandamiento central…
y también nuestro tikún.

Evangelio que inspiró este mensaje


Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.» ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
Él contestó: «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»

Palabra del Señor.