Jesús nos da la oportunidad de resucitar siempre a la plenitud de la vida y del amor.

Qué gran consuelo es saber que podemos vivir en plenitud en todo momento.

Por eso, glorifica a Dios, levántate de toda caída espiritual y camina de nuevo hacia una vida de redención.

Jesús y la Chispa Eterna: Un Llamado a Resucitar

En el relato de Lucas 7,11-17, Jesús devuelve la vida al hijo de la viuda de Naín. Este milagro no es solo un acto de compasión, sino también una revelación profunda: el amor divino tiene el poder de transformar incluso aquello que parece perdido.

Desde la perspectiva de la Cábala, la vida es un flujo continuo de luz divina que desciende a nuestro mundo a través de las sefirot, los canales espirituales que conectan lo infinito con lo finito. Cuando enfrentamos caídas, dolores o aparentes muertes en nuestra vida espiritual, es como si la luz se hubiera ocultado. Sin embargo, este ocultamiento no es el final, sino una invitación a elevar nuestra conciencia y abrir el corazón para recibir nuevamente esa luz.

Jesús, al tocar el féretro y decir “Joven, a ti te lo digo, levántate”, nos enseña que ninguna oscuridad es definitiva. En términos cabalísticos, su voz despierta la chispa divina que nunca muere en nosotros. Incluso en los momentos más fríos o secos del alma, esa chispa espera ser encendida por un acto de fe, una oración sincera o un gesto de amor.

Así, cada caída —pequeña o grande— es una oportunidad para un renacimiento interior. La Cábala nos recuerda que el universo entero conspira para nuestra elevación espiritual, pero es nuestra apertura al amor de Dios lo que permite que la plenitud regrese. Levantarse de toda caída es más que un acto de voluntad: es un acto de unión con la Luz infinita que sostiene y renueva la vida.

 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (7,11-17):

En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Acercándose al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: «Joven, yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.

Palabra del Señor.