El camino hacia la vida eterna debe recorrerse con fe y alegría, permaneciendo siempre en movimiento y creyendo en las promesas de Dios.

Cuando te sientas cansado y agobiado, levanta la mirada al cielo y pide a tu Padre Todopoderoso la fuerza para superar la prueba, recordando que todo obra para bien y confiando en que lo que te sucede es parte de Su voluntad. Carga tu cruz y agradece con amor.

Persigue tus metas terrenales viviendo en santidad, sin olvidar que la meta suprema es la vida eterna.

El Amor que desciende para elevarnos

Jesús nos enseña en Juan (3,13-17) un misterio profundo: nadie ha subido al cielo, sino aquel que bajó de él, el Hijo del Hombre. Este descenso no es solo un acontecimiento histórico, sino la clave de un plan divino. La Cábala describe cómo la Luz infinita de Dios —el Ein Sof— desciende al mundo para reparar lo que está fragmentado. Así también Cristo baja hasta nosotros, trayendo restauración y vida eterna.

La carta a los Filipenses (2,6-11) ilumina este mismo secreto: “Siendo de condición divina, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo cual aferrarse; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo”. En el lenguaje de la Cábala, este despojo es como el tzimtzum: el momento en que Dios “se contrae” para permitir que exista el mundo. Jesús, al humillarse y tomar nuestra condición, abre un camino para que nosotros también participemos en la plenitud del cielo.

Cuando el peso de la vida te canse o te agobie, recuerda que cada prueba es una oportunidad para elevar una chispa de luz. Cargar tu cruz y agradecer con amor no es resignación: es participar en el movimiento divino que transforma el dolor en gloria.

Persigue tus metas terrenales con alegría y santidad, pero nunca olvides que la meta suprema es la vida eterna. Creer en las promesas de Dios es caminar con fe activa, confiando en que todo lo que sucede —incluso lo incomprensible— forma parte de Su voluntad para tu bien. Así, el secreto de la Cábala y la revelación de Cristo se unen: el amor desciende para elevarnos a todos.

Lectura del santo evangelio según san Juan (3,13-17):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Palabra del Señor.