Jesús nos enseña el poder de la fe y la misericordia de Dios, revelándonos que es Él quien realiza la obra.
Por eso, dad gracias por todo y dad gloria a Dios, nuestro Padre Celestial, que gobierna sobre todo en este mundo.
Por eso, ¡cree y espera siempre lo mejor!
La fe que sana y revela
Jesús nos enseña el poder de la fe y la misericordia de Dios, revelándonos que es Él quien realiza la obra.
Cuando los diez leprosos clamaron, fue la voz de la emuná la que rompió su exilio interior. Diez hombres, diez sefirot rotas por el sufrimiento, y solo uno —el samaritano— comprendió el misterio: que la verdadera sanación no viene del rito, sino del reconocimiento de la Luz.
La cábala nos dice que todo milagro es una manifestación del or makif, la luz que rodea al alma hasta que esta logra expandirse para recibirla. Los otros nueve fueron curados en el cuerpo, pero no en el espíritu. El samaritano, en cambio, abrió su vasija con gratitud y fe. Por eso Jesús le dice: “Tu fe te ha salvado.”
La religión puede ordenar los pasos del hombre, pero solo la fe lo eleva al encuentro con el Creador.
La fe es la llave del tikkun, la reparación que une lo fragmentado, la chispa que transforma la herida en canal de Luz.
Por eso, no es la religión la que salva, sino la fe que habita el corazón del que reconoce a Dios en todo.
Quien vive con emuná, vive en comunión con la Luz Infinita; y quien agradece, revela la presencia divina que mora en su interior.
Así, cada acto de gratitud es una ascensión, un regreso al origen, donde la enfermedad se disuelve en comprensión, y la distancia se convierte en abrazo divino.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»
Palabra del Señor.