Jesús nos enseña que, para vivir una vida en bendición, lo importante es lo que llevamos en el corazón, viviendo de acuerdo con la Palabra de Dios.
Para recibir bendición, debemos presentarnos ante Dios con un corazón arrepentido, confesando con nuestras palabras aquello que va en contra de lo que es recto y justo, con la intención sincera de comenzar una nueva vida en su senda.
Dios lo sabe todo, pero quiere escucharlo de nosotros.
En tu nueva vida, piensa bien, habla bien y actúa bien.
—
El poder de la humildad ante Dios
Jesús nos enseña que, para vivir una vida en bendición, lo esencial es lo que llevamos en el corazón. En el evangelio de Lucas (18,9-14), Jesús nos presenta la parábola del fariseo y el publicano: dos hombres que suben al templo a orar, pero con actitudes muy distintas. El fariseo se enaltece a sí mismo, presumiendo sus buenas obras, mientras que el publicano, con humildad, se golpea el pecho y clama a Dios: «Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador».
La cábala nos enseña que el camino espiritual no se trata de la apariencia externa, sino de la kavaná (intención del corazón). En la oración y en nuestras acciones, Dios no busca perfección, sino sinceridad. La teshuvá (arrepentimiento) no es solo un acto de palabras, sino una transformación del ser. Al reconocer nuestras faltas con un corazón sincero, nos alineamos con la luz divina y permitimos que su bendición fluya en nuestra vida.
En la tradición cabalística, se dice que cada alma tiene chispas de santidad ocultas en su interior. Pero el yetzer hará (la inclinación al mal) nos ciega con orgullo y autojustificación. Cuando nos acercamos a Dios con un corazón soberbio, esas chispas permanecen ocultas. En cambio, cuando nos presentamos con humildad y arrepentimiento, esas chispas se encienden y nuestra alma se purifica.
Dios lo sabe todo, pero quiere escucharlo de nosotros. No porque Él necesite nuestra confesión, sino porque nosotros necesitamos reconocer nuestra propia verdad. La cábala explica que la palabra «confesión» en hebreo (vidui) comparte raíz con el término hodu, que significa dar gracias y reconocer. Confesar ante Dios no es solo admitir errores, sino reconocer que dependemos de Él para transformarnos.
Por eso, Jesús nos llama a una vida en la que pensemos bien, hablemos bien y actuemos bien. Solo así podremos recibir la verdadera bendición, no como una recompensa externa, sino como el reflejo de un corazón alineado con la voluntad divina.
Que nuestra oración sea siempre sincera, que nuestra humildad abra los caminos del Cielo y que nuestra vida refleje la luz de Dios en todo lo que hacemos.
—
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.