Recordad siempre que la meta es la vida eterna.
No permitáis que la mala inclinación os aparte del camino ni os robe la paz del alma.

Vivid con confianza, sabiendo que Dios, vuestro Padre Celestial, sostiene todo con Su mano invisible.

Pedid y buscad morar en la Casa de Dios todos los días de vuestra vida,
para contemplar la hermosura del Señor y habitar en Su templo.
Vivid confiando en Él, porque quien se refugia en Su presencia nunca será turbado.

“Jerusalén, Jerusalén…”

Estas palabras no fueron solo un lamento histórico, sino un grito del alma divina, un eco del corazón del Creador que busca a sus hijos y los llama a retornar.
En la cábala, Jerusalén representa el corazón del alma, el punto más alto del ser humano donde la Presencia Divina —la Shejiná— desea habitar. Pero cuando el hombre se desconecta de su fuente, cuando su corazón se endurece, la Shejiná se retira, y el templo interior se convierte en ruina.

Cuando Jesús llora por Jerusalén, llora por el alma del hombre, por cada uno de nosotros que ha rechazado la voz de los profetas interiores, esas voces que Dios envía para despertarnos del sueño del ego.
“Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas…” —es la voz del Amor Infinito (Jesed) que busca cobijar al alma en el calor de su misericordia. Pero el Yetzer Hará, la inclinación al mal, nos dispersa, nos hace huir del nido sagrado donde la paz mora.

Jesús revela aquí el misterio del Tikkun, la restauración del alma caída.
Jerusalén no es solo una ciudad; es el centro espiritual del universo y, a la vez, el centro del hombre. Cuando la ciudad interior se purifica, cuando la voluntad se alinea con la Voluntad Divina, la Shejiná regresa, y la vida eterna comienza a brillar desde dentro.

Por eso su lamento es también una promesa: “No me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor.”
Ese momento llega cuando el alma reconoce la Luz, cuando el corazón abre sus puertas y deja entrar al Rey. Entonces, Jerusalén renace dentro de nosotros, y el Templo —el alma unida a Dios— vuelve a ser morada de Su gloria.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (13, 31-35):

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: «Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.»
Él contestó: «ld a decirle a ese zorro: «Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término.» Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: «Bendito el que viene en nombre del Señor.»»

Palabra del Señor.

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