El Espíritu es quien da vida

 

Jesús nos revela que lo verdaderamente importante es la vida eterna, y nos muestra el camino para alcanzarla.

Vivimos en un mundo material donde, muchas veces, la luz de Dios se oculta por nuestra desobediencia a su Palabra. Estamos tan ocupados con lo terrenal que olvidamos qué sucede cuando dejamos este mundo.

Debemos recordar que este cuerpo material que habitamos volverá al polvo, y lo único que permanece es el alma. Esa alma está llamada a regresar al lugar de donde vino, pero para lograrlo debe seguir al Espíritu de Jesús, que es quien da la vida eterna.

Seguir a Jesús no siempre es fácil, pero si lo invocas en oración, el Padre —que está en el cielo y es quien concede la gracia— te dará la fuerza necesaria para caminar tras sus pasos.

Dos mundos, un alma que decide

Jesús había dicho: “El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada” (Juan 6,63). Muchos no comprendieron estas palabras y se apartaron de Él. Pero esta afirmación encierra una verdad profunda que la cábala también enseña: vivimos entre dos mundos, el espiritual y el material, y nuestra alma es el puente entre ambos.

En la visión cabalística, el mundo material —llamado Maljut, el reino— es necesario, pero no es el fin. Es solo el escenario en el que el alma puede revelar su verdadera esencia. El alma desciende desde los mundos superiores (Atzilut, Beriyá, Yetzirá) hacia la materia para elevarla, no para perderse en ella. Y Jesús, como maestro divino, nos recuerda que el verdadero alimento del alma es espiritual, no material.

Jesús no hablaba solo del pan ni del cuerpo. Hablaba de una conexión eterna, de un alimento que sacia el hambre del alma: su espíritu, su palabra, su vida entregada como ofrenda de amor. Eso es lo que nos transforma. Pero para recibirlo, el alma debe estar dispuesta a soltar las ataduras del ego, del mundo superficial, del miedo al sufrimiento, del apego al placer inmediato.

La cábala enseña que cada acto en este mundo deja una huella en el alma. Por eso, aunque la vida terrenal parece larga, es apenas un soplo dentro de la eternidad del alma. El cuerpo muere, pero el alma permanece. Y lo que hacemos aquí —cómo amamos, cómo seguimos a la luz, cómo respondemos al llamado del espíritu— define hacia dónde subirá el alma cuando este ciclo termine.

Jesús no obliga, no presiona. Él pregunta como preguntó a los discípulos: “¿También ustedes quieren irse?” (Jn 6,67). Pero Pedro responde con la sabiduría de quien ha probado la eternidad: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Esa es la decisión de todo alma: ¿seguir lo visible, lo inmediato, lo que perece? ¿O aferrarse a lo invisible, lo eterno, lo que transforma y conecta con la Fuente?

Vivir en este mundo no es en vano, pero tampoco es el fin. Es un tránsito, una oportunidad para despertar. Y solo quien sigue el Espíritu de Jesús descubre que la vida eterna comienza aquí, en el corazón que cree, ama y se entrega.


Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor.

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