
Jesús vino al mundo para sanar tu corazón a través de la gracia divina, como acto de expiación.
Está en ti recibir este don para comenzar a vivir en la gracia de Dios y disfrutar de una vida llena de paz y amor.
Acepta con alegría todo lo que te pasa en esta vida y perdónate a ti mismo por lo que ya pasó.
Puestos para Elevar
Hay almas que no vienen al mundo a buscar comodidad, sino sentido.
Vidas que son colocadas como señal, como umbral, como cruce de caminos.
Según la sabiduría de la cábala, nada es casual: cada alma desciende con una misión precisa, un tikkun que cumplir, una corrección que realizar en el tejido invisible del mundo.
Algunos somos llamados a cargar una cruz que no siempre entendemos.
No como castigo, sino como expiación.
No para destruirnos, sino para elevar a otros.
El dolor, cuando es asumido con conciencia, se transforma en luz; y esa luz no solo sana al que la porta, sino también a quienes la reciben sin saberlo.
La cábala enseña que el sufrimiento aceptado con emuná purifica las vasijas del corazón.
Allí donde el ego se rompe, la gracia puede habitar.
Allí donde la herida es abrazada, la Shejiná encuentra reposo.
Por eso nuestra misión no es luchar contra la vida, sino vivir en paz dentro de ella.
Aceptar que todo es para bien, incluso aquello que hiere.
Confiar en que nada ocurre fuera de la voluntad de Dios, aunque el alma tiemble al comprenderlo.
Quien vive en paz, eleva su alma.
Y al elevarse, eleva al mundo.
Porque cuando el corazón es sanado, el juicio se transforma en misericordia,
y la cruz deja de ser un peso para convertirse en camino.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-35):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Palabra del Señor.