Cada mañana, al despertar, debemos recordar que esta vida es pasajera y que lo que realmente importa es llegar a la vida eterna. Por eso, Jesús nos enseña el camino y nos revela que el perfeccionamiento del alma y el desprendimiento de lo material son el sendero para tener un tesoro en el cielo.
La prueba para cada alma es diferente. Para algunos, como en el caso del joven rico que se acerca a Jesús y le pregunta qué le falta para alcanzar la vida eterna, la prueba es aprender a ser desprendido.
Para otros, como en el caso de un pobre, la prueba es arrodillarse ante Dios.
El que tiene ira debe buscar la humildad; el que sufre de codicia, la generosidad; y el que está preso de la tristeza, la alegría.
Cada quien debe meditar sobre lo que necesita mejorar.
Pide la gracia al Señor para que te ayude a transformar aquello que no permite que tu alma se eleve, y sigue firme en el camino hacia la vida eterna.
¡Vamos hasta el final!
El desapego que abre las puertas de la eternidad
El joven rico se acerca a Jesús con una pregunta sincera: “¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?”. Él ya cumplía los mandamientos, pero Jesús le mostró que aún faltaba algo: la capacidad de soltar lo material para abrazar lo espiritual.
Desde la cábala entendemos que cada alma viene al mundo con un tikkun, una corrección particular que debe realizar. No basta con cumplir normas externas: el alma debe atravesar pruebas que revelan sus apegos más profundos. Para el joven rico, su corrección estaba en aprender a liberarse de la seguridad que le daban sus bienes.
El apego material es como una cadena que ata la luz del alma. No se trata de despreciar lo que tenemos, sino de no permitir que nos posea. La cábala enseña que la verdadera riqueza no está en acumular, sino en transformar el deseo de recibir para uno mismo en un deseo de compartir. Esa es la clave para revelar la plenitud divina.
Jesús, en su enseñanza, confirma este mismo principio: solo cuando nos vaciamos de lo que nos ata, podemos llenarnos de la vida eterna. Cada alma debe descubrir qué es lo que impide su elevación. Puede ser la codicia, la ira, la tristeza, el orgullo o el miedo. El camino es reconocerlo, pedir gracia y transformarlo.
La pregunta del joven rico sigue resonando hoy: ¿qué me falta para entrar en la vida eterna? La respuesta no está fuera, sino dentro de cada corazón.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,16-22):
En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.»
Él le preguntó: «¿Cuáles?»
Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.»
El muchacho le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?»
Jesús le contestó: «Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo.»
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era rico.
Palabra del Señor.