El Evangelio de Lucas (17,7-10) nos ofrece una enseñanza profunda de Jesús sobre la actitud que debemos tener como residentes del Reino de Dios. En este pasaje, Jesús nos revela la importancia de la gratitud y el cumplimiento de nuestro propósito celestial.
En primer lugar, Jesús nos invita a reflexionar sobre el concepto de agradecimiento. En la parábola del siervo, se destaca la actitud de gratitud que el siervo debería tener hacia su amo, incluso después de cumplir con sus deberes. Esta actitud de agradecimiento es una clave para entender nuestra relación con Dios. Como residentes del Reino, debemos ser agradecidos con nuestro Padre celestial, reconociendo que todo lo que tenemos y somos proviene de Su gracia.
Cumplir con nuestro propósito celestial es otro aspecto crucial destacado por Jesús. Él nos revela que estamos en una misión enviada por nuestro Padre celestial. Cada tarea, cada responsabilidad, se convierte en una oportunidad para cumplir con el propósito divino en nuestras vidas. Al reconocer esto, comprendemos que nuestras acciones no son simples tareas cotidianas, sino que forman parte de un plan divino para el bien de nuestra alma y salvación.
La gratitud se convierte entonces en un acto consciente de reconocimiento de la voluntad divina en nuestras vidas. Cada tarea, por pequeña que sea, se realiza en servicio a Dios y en respuesta a Su llamado. Da gracias a Dios, nos dice Jesús, porque en esa actitud de gratitud encontramos la conexión con nuestro propósito celestial.
Sin embargo, Jesús también nos anima a la humildad. Reconocer que estamos en una misión divina no nos eleva por encima de los demás, sino que nos coloca en una posición de servicio y amor hacia ellos. La meditación antes de actuar se vuelve esencial. Debemos pausar y reflexionar antes de cada decisión, asegurándonos de que nuestras acciones estén alineadas con la voluntad divina.
En resumen, como residentes del Reino de Dios, estamos llamados a vivir agradecidos y cumplir con nuestro propósito celestial. La gratitud se convierte en la base de nuestra relación con Dios, mientras que el cumplimiento de nuestro propósito nos guía en nuestra misión divina. En cada paso, en cada decisión, recordemos meditar para discernir la voluntad divina y actuar en consecuencia.