En el Evangelio según Mateo (11,25-30), encontramos una poderosa invitación de Jesús a cargar nuestros fardos sobre sus hombros y encontrar descanso en él. Es un llamado a confiar en la gracia y la sabiduría que provienen de Dios, nuestro Padre Celestial, quien nos guía y nos revela sus misterios por amor.
Al meditar en estas palabras, surge una reflexión profunda sobre la importancia de nuestra alma. Es nuestro tesoro más preciado, lo único que verdaderamente poseemos en este mundo. Es por eso que debemos vivir en conciencia, cuidándola con esmero para no arriesgarla en vano.
Vivir en conciencia significa permitir que la luz divina entre en nuestra mente y nuestro corazón. Es reconocer que la verdadera plenitud se encuentra en la comunión con Dios, en vivir según los principios de amor, humildad y compasión que Jesús nos enseñó.
En este camino de consciencia, vaciamos nuestro ego para dejar espacio al sagrado corazón de Cristo en nosotros. Aprendemos a ser mansos y humildes de corazón, siguiendo el ejemplo de nuestro Maestro, y confiando en que todo proviene de Dios, quien es infinitamente bueno.
Recordemos siempre que nuestro tiempo en esta tierra es fugaz, pero el destino eterno de nuestra alma es eterno. Por lo tanto, vivamos cada día en conciencia, llenos de fe y esperanza, recordando que Jesús nos ama y nos guía en cada paso del camino.
Que nuestras acciones reflejen esta conciencia, que nuestras palabras sean portadoras de amor y verdad, y que nuestras vidas sean un testimonio vivo del poder transformador del Evangelio. En cada decisión que tomemos, en cada interacción que tengamos, recordemos el valor supremo de nuestra alma y actuemos en consecuencia.
Vivir en conciencia es vivir en comunión con Dios, cuidando el tesoro de nuestra alma y siguiendo el ejemplo de Jesús. En este camino, encontramos descanso y consuelo, y experimentamos la plenitud de la vida que solo él puede ofrecer.