Si Jesús ha nacido en tu corazón, déjalo crecer.
Permite que su vida en ti te libere de todas las cargas
que impiden a tu alma elevarse y vivir en plenitud.

Camina en esta vida terrenal de la mano de Jesús
y anhela, desde ahora, la vida eterna.

La paciencia que eleva el alma

Hay almas que no corren, porque han comprendido el ritmo del cielo.
No se apresuran, no reclaman, no fuerzan la promesa. Permanecen.
Y en esa permanencia silenciosa, el misterio se revela.

La cábala enseña que la luz no irrumpe en recipientes frágiles.
Primero, el alma debe ensancharse.
Primero, debe aprender a sostener el tiempo sin desesperar.
Eso es tikún: la corrección interior que se obra cuando el deseo se alinea con la Voluntad.

Quien ha permitido que Jesús nazca en su corazón entra en este proceso sagrado.
No todo se manifiesta de inmediato.
La luz crece en secreto, como una llama protegida del viento,
hasta que el alma está lista para portarla sin quebrarse.

Vivir de la mano de Jesús no es huir del mundo,
es habitarlo con una conciencia más alta.
Es caminar en lo visible sin perder de vista lo eterno.
Es transformar la espera en ofrenda,
la renuncia en libertad,
y el silencio en sabiduría.

La plenitud no llega cuando se acumula,
sino cuando se suelta lo que pesa.
Cuando el alma deja de aferrarse a lo que no es luz,
se eleva por su propia naturaleza.

Así, la vida eterna no comienza después de la muerte.
Comienza cuando el corazón aprende a vivir desde lo alto,
cuando la fe madura,
cuando la paciencia se vuelve morada de Dios.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,36-40):

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

Palabra del Señor.

Deja una respuesta