Jesús nos enseña a continuar nuestro camino en paz, cumpliendo la voluntad de nuestro Padre Celestial, pues es Dios quien tiene un plan para cada uno de nosotros.
Vive y deja vivir.
El fuego que purifica
Cuando Jesús pone su rostro firme hacia Jerusalén, no lo hace con violencia ni con ira, sino con la certeza de quien camina en armonía con la voluntad del Padre. Los discípulos, encendidos de celo, querían invocar fuego sobre aquellos que no lo recibieron. Pero Jesús los corrige: el verdadero fuego no destruye, ilumina; no consume al enemigo, purifica al discípulo.
En la sabiduría de la cábala, el fuego simboliza Guevurá, la fuerza del rigor, necesaria para dar forma y límites. Sin embargo, cuando este fuego no está equilibrado con Jesed, el amor, se convierte en juicio severo. Jesús nos enseña el Tikkun, la corrección: el rigor debe unirse a la misericordia para revelar el plan divino.
No es nuestro deber quemar al hermano por rechazar la verdad, sino refinar nuestro propio corazón hasta que arda con la llama pura del amor. Porque el plan de Dios para cada uno de nosotros no se impone con violencia, sino que florece en libertad.
Así, Jesús nos muestra que la paz verdadera nace de saber unir la justicia con la compasión, el fuego con el agua, el celo con la ternura. Y en esa unión, el alma se convierte en templo de la Voluntad del Padre.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-56):
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»
Él se volvió y les regañó y dijo: «No sabéis de que espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»
Y se marcharon a otra aldea.
Palabra del Señor