La gracia y la sabiduría provienen de Dios, nuestro Padre Celestial, que nos instruye y nos revela sus misterios por amor.

Jesús nos invita a seguirlo, prometiéndonos descanso y consuelo mientras pasamos por las pruebas de esta vida terrenal. Con su palabra, nos enseña la fuerza del amor que adquirimos al cultivar la fe, la cual nos llena de esperanza.

Interioriza las palabras de Jesús: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», siendo mansos ante la voluntad de nuestro Padre Celestial y dejando que su Sagrado Corazón habite en nosotros.

Vive una vida de fe, creyendo que todo proviene de Dios y que Dios es bueno.

Sonríe, que Jesús te ama.

El descanso del alma y la sabiduría oculta

En el Evangelio según san Mateo (11,25-30), Jesús alaba al Padre porque ha escondido los misterios del Reino a los sabios y entendidos, y los ha revelado a los sencillos. Esta afirmación, poderosa y llena de ternura, nos conecta directamente con uno de los pilares de la cábala: la sabiduría divina no se accede por la razón intelectual, sino por la apertura del corazón y la pureza del alma.

La cábala enseña que hay niveles de conocimiento: el conocimiento externo (daat tajtón) y el conocimiento superior (daat elión). El primero es racional, limitado y muchas veces contaminado por el ego. El segundo, en cambio, es conocimiento espiritual, revelado por Dios a través de la humildad, la conexión con el alma y la apertura al misterio.

Jesús nos revela que solo los que se hacen como niños —es decir, puros, confiados y humildes— pueden comprender las verdades profundas del Reino. Desde la cábala, esto se traduce en abrirse al or haGanuz, la “luz escondida”, aquella que fue ocultada desde la creación y que solo pueden ver los justos. Esa luz es la sabiduría divina que consuela, que da descanso, que sana.

Cuando Jesús dice: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”, nos está ofreciendo un yugo diferente: no el de la dureza de este mundo ni el del esfuerzo por el control racional, sino el de la entrega confiada, el de la fe profunda que sabe que toda carga tiene sentido si es compartida con Él.

Desde la mirada cabalística, este descanso tiene que ver con elevar el alma desde el nefesh (nivel más bajo del alma, vinculado al cuerpo y las emociones) hacia el neshamá (el alma divina, que busca conexión con el Creador). Cuando estamos atrapados en la ansiedad, en el esfuerzo de controlar, en la rigidez del juicio, nos quedamos en el nivel más denso del alma. Pero cuando soltamos, cuando dejamos que el corazón se incline ante la voluntad de Dios y aceptamos su guía amorosa, el alma se eleva, se aligera, encuentra descanso.

Jesús nos invita a un camino místico: no solo a creer, sino a habitar en Él. A descansar no desde la pasividad, sino desde una confianza activa en la sabiduría oculta del Padre, que se revela en lo simple, en lo pequeño, en lo invisible a los ojos del mundo.

Así como la cábala busca “reparar el mundo” (tikkun olam) a través de la elevación del alma, Jesús nos ofrece una vía para ese mismo propósito: conocerle a Él, cargar con su yugo —que es ligero porque está sostenido por el amor— y aprender de su corazón, manso y humilde. Solo entonces el alma encuentra su verdadero reposo.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30):

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

Palabra del Señor.

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