En el Evangelio de Juan (1,29-34), encontramos un pasaje revelador que nos invita a reflexionar sobre la presencia de Jesús en nuestras vidas y el propósito de su venida al mundo. En este texto, Jesús proclama: «No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir» (Mateo 5:17).
Estas palabras nos señalan la importancia de entender la enseñanza de Jesús como un cumplimiento y una revelación más profunda de la ley divina. Jesús vino al mundo para mostrarnos con su ejemplo de vida cómo vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.
La conexión entre la santidad y el nacimiento de Dios se expresa claramente en el Evangelio de Juan. Aquellos que practican la santidad han nacido de Dios, y reconocer a Dios implica caminar en santidad, siguiendo el camino trazado por Jesús.
En este contexto, es esencial recordar que la práctica del pecado quebranta la ley divina. Jesús nos advierte sobre la necesidad de mantenernos en la senda de la santidad, indicando que apartarnos de ella nos aleja de la gracia divina. Como menciona en Mateo 5:48: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto».
La clave para permanecer en Dios es evitar el pecado. No obstante, Jesús, en su infinita misericordia, nos enseña que el arrepentimiento sincero es el camino para regresar a la gracia divina. Su sacrificio en la cruz no debe interpretarse como una licencia para el pecado, sino como un acceso a la Palabra de Dios y una oportunidad para vivir de acuerdo con ella.
En conclusión, el Evangelio de Juan nos revela que Jesús vino al mundo no para abolir la ley, sino para cumplirla y darnos un ejemplo vivo de cómo vivir en santidad. La conexión con Dios se encuentra en caminar en esta senda, evitando el pecado y buscando el arrepentimiento sincero cuando caemos. La gracia divina está disponible, pero depende de nosotros seguir el ejemplo de Jesús y vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.