
Jesús nos invita a compartir la fe y sus enseñanzas, mientras agradecemos todo lo que hemos aprendido.
¿Qué mejor forma de agradecer a Dios que compartiendo las enseñanzas de Jesús?
Vive con gratitud. Recuerda que todo sucede para bien, que sin pecado no habría tribulación, y que nada ocurre fuera de la voluntad de Dios.
Mantén tu mente en la luz y no permitas que nada ni nadie te robe la paz.
Sembradores de Luz
Jesús envió a sus discípulos de dos en dos, como luces que caminan entre las sombras del mundo. No los envió con oro ni con alforjas, sino con el poder invisible de la fe.
Les pidió anunciar la paz y sanar a los enfermos, porque la verdadera sanación comienza cuando el alma recuerda su origen divino.
Desde la mirada de la cábala, cada discípulo es un canal del Or Ein Sof, la Luz Infinita que busca manifestarse en los confines de la creación.
Ser enviados —como lo fueron aquellos setenta y dos— no es solo una misión externa, sino un movimiento interno: el alma que desciende a este mundo para elevar las chispas ocultas en la materia.
Jesús sabía que el obrero es digno de su salario, no porque deba recibir recompensa terrenal, sino porque quien trabaja para el Reino ya está siendo sostenido por la Providencia.
Cada paso en fe es un acto de reparación —un tikkun— que armoniza lo que está dividido.
Cada palabra de paz pronunciada en nombre del Creador abre un canal por donde fluye Su Misericordia.
Cuando Jesús dice: “La cosecha es mucha y los obreros pocos”, revela un misterio eterno: que hay más luz esperando ser liberada que almas dispuestas a servir.
El alma que dice “sí” al llamado se convierte en parte del trabajo secreto de Dios, en sembrador de mundos, en reparador del tejido espiritual del universo.
Así, compartir la fe no es solo enseñar con palabras; es irradiar la presencia del Eterno desde el propio corazón.
Y cuando lo hacemos con gratitud, recordamos que nada nos pertenece, que todo proviene de Él y hacia Él retorna.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-9):
Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir.
Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos.
No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.
En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa.»
Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros.
Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa.
En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan;
curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El Reino de Dios está cerca de vosotros.»
Palabra de Dios.