Ten cuidado con a quién escuchas.
No sigas el consejo de los hombres si va en contra de la voluntad del Señor.
Cuida tu corazón y no te dejes engañar por palabras que destruyen la fe, la esperanza y el amor.
Recuerda: lo que contamina al ser humano no es lo que entra, sino lo que sale de su boca,
porque lo que sale de la boca… nace del corazón.
Ten siempre presente que somos pensamiento, palabra y acción.
Y por eso, cada cosa que decimos construye o destruye, bendice o aleja.
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Por sus frutos los conocerás… también a ti mismo
Jesús nos advierte en el Evangelio:
«Cuídense de los falsos profetas, que vienen disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán… Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos…»
(Mateo 7,15–20)
Estas palabras no son solo una advertencia contra otros,
sino también una guía para discernir nuestra propia vida.
Porque así como se conocen los árboles por sus frutos,
también el alma se revela por lo que produce:
por lo que piensa, dice y hace.
Desde la sabiduría de la cábala,
todo lo que expresamos al mundo tiene una raíz interior.
No existen frutos sin raíz espiritual.
Y esa raíz está en el corazón, en la intención, en el nivel de conciencia con el que vivimos.
La cábala enseña que dentro de cada alma hay luz y sombra.
Y que el trabajo espiritual —el tikkún— consiste en refinar el corazón
para que nuestros pensamientos, palabras y acciones estén alineados con la luz divina.
Cuando Jesús dice: «Por sus frutos los conocerán»,
nos está enseñando un principio universal:
la verdad no está en las apariencias, ni en los discursos bonitos,
sino en lo que una persona genera en el mundo.
¿Sus palabras dan vida o dividen?
¿Sus actos construyen o controlan?
¿Su presencia deja paz… o confusión?
Pero esta misma medida también se aplica a nosotros.
Porque no solo debemos examinar a los demás,
sino también preguntarnos:
¿Qué frutos está dando mi vida?
¿Frutos de fe, esperanza, amor… o de juicio, queja, envidia y ego?
La cábala nos recuerda que el alma madura cuando se observa a sí misma sin miedo,
cuando reconoce sus ramas enfermas y decide sanarlas.
Y eso solo es posible si se conecta con su raíz verdadera:
la luz de Dios que habita en lo más profundo de nuestro ser.
Por eso, ten cuidado con lo que escuchas, con a quién sigues y a quién imitas.
Pero, sobre todo, ten cuidado con lo que tú cultivas cada día.
Porque tu vida no se mide por las hojas que muestras,
sino por los frutos que entregas.
Y cuando tus frutos vienen de Dios,
entonces otros también podrán reconocerlo.
No por lo que digas…
sino por la paz, la claridad y el amor que brotan de tu presencia.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,15-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.»
Palabra del Señor.