Jesús vino al mundo para enseñarnos el amor y la voluntad de Dios. Nos mostró el camino hacia la vida eterna y depositó en nosotros la confianza para que seamos luz para otros, mientras regresamos a la Casa del Padre.

Glorifica a Dios para que Él se glorifique en ti. Alégrate, sea cual sea tu situación.

Que nada te agobie, porque todo es para bien. Recuerda que la paciencia todo lo alcanza, y quien a Dios tiene, nada le falta.

Confía en Dios, sabiendo que Él es justo y bueno, y que todo lo ve.

No te preocupes. Más bien, alimenta tu fe y vive de acuerdo con su Palabra.

Y no olvides: Dios no puede ser burlado.

Dios no puede ser burlado.
No porque vigile con castigo, sino porque en el tejido espiritual del universo, toda intención y toda acción dejan huella. En la sabiduría de la cábala, esto se comprende como la ley de causa y efecto espiritual: lo que el alma emite, vuelve a ella. El juicio de Dios no es externo, es una respuesta orgánica del cosmos a nuestra vibración interna. Por eso, pretender engañar a Dios es, en realidad, engañarnos a nosotros mismos.

Jesús, en el Evangelio de Juan, ora al Padre y dice: “Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.”
Él no buscó su propia gloria, sino la del Padre. Y es aquí donde nosotros, como seguidores suyos, debemos aprender: nuestra vida también tiene una misión de gloria, no egoísta, sino luminosa, que consiste en vivir como Jesús vivió: con amor, con fe, con fidelidad, incluso en medio de la injusticia.

Sin embargo, vivir como Jesús no significa dejarnos atropellar ni negar el dolor que nos causan los demás. La cábala enseña que muchas de las cosas que vivimos en esta existencia son necesarias para la corrección del alma, lo que se llama tikún. El dolor, cuando es enfrentado con conciencia, se convierte en canal de redención. Pero cuando respondemos al mal con más mal, perpetuamos la oscuridad.

Jesús nos enseñó que no pongamos la otra mejilla por resignación, sino porque la verdadera justicia no nace del orgullo ni de la venganza. Nace de dejar en manos de Dios la restitución, porque solo Dios es verdaderamente justo. Y en ese acto de entrega, nos liberamos de la carga que supone querer equilibrar por nuestras propias fuerzas lo que solo el cielo puede ordenar.

Por eso, cuando recordamos que Dios no puede ser burlado, no es para temer, sino para alinearnos. Nos recuerda que actuar bien no es un mandato externo, sino el único camino que protege nuestra alma. Nos libera de la tentación de responder con ira, rencor o venganza. Nos guía a vivir como hijos de la luz, conscientes de que todo vuelve a su fuente.

Así glorificamos a Dios: no con discursos, sino con vidas que reflejan su justicia, su amor y su verdad.


Lectura del santo evangelio según san Juan (17,1-11a):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»

Palabra del Señor.

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