Sé fuente de luz y comparte el amor y la bondad de Dios. Esa es la manera de construir un mundo lleno de amor.
Sé consciente de cómo actúas en cada circunstancia de tu vida, recordando que todos somos hijos de Dios.
Cuando desprecias a alguien, es como si despreciaras al Señor.
Toda persona que llega a tu vida lo hace por una razón.
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«Ser sal y luz: el propósito oculto del alma»
Jesús nos dice que somos la sal de la tierra y la luz del mundo, y estas palabras no son solo una invitación ética o moral. Son una revelación espiritual. En la tradición de la cábala, se enseña que el alma humana desciende al mundo físico para llevar luz donde hay oscuridad y revelar lo divino oculto en la materia.
La sal preserva, da sabor y evita la corrupción. Según la cábala, esto representa el poder del alma para elevar lo cotidiano. Cada acto de bondad, cada palabra justa, cada pensamiento elevado, es como un grano de sal que transforma la realidad. Si perdemos ese poder de transformación —si nuestra sal se vuelve insípida— nos desconectamos de nuestra misión espiritual.
Asimismo, ser luz del mundo no es solo brillar por uno mismo, sino ser un canal para la luz divina que proviene del Ein Sof, la fuente infinita de toda existencia. Así como una vela no pierde nada al encender otra, el alma se expande cuando ilumina a otros. En el árbol de la vida de la cábala, esta luz está relacionada con la sefirá de Tiféret, que equilibra la compasión y la verdad. Quien camina con Cristo, como reflejo del Mesías, se convierte en esa luz viva que revela la armonía entre el cielo y la tierra.
Jesús también dice que no ha venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento. Desde la visión cabalística, esto significa revelar el alma profunda de la Torá. No se trata de letra muerta, sino de luz viva. Cumplir la Ley es encarnar su propósito: restaurar la conexión entre el hombre y Dios, entre lo visible y lo invisible.
Así, ser sal y luz no es una carga, sino un llamado a recordar quiénes somos en verdad: almas que descendieron para elevar, transformar y revelar la gloria de Dios en cada rincón de la existencia. Que no escondamos nuestra luz. Que no perdamos nuestro sabor. Porque el mundo necesita de nuestra esencia, y nuestra alma anhela cumplir su propósito.
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Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,13-18):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
Palabra del Señor.