En el Evangelio según Lucas (11,27-28), Jesús nos brinda una lección fundamental sobre la fe y la obediencia a Dios. Nos dice que la fe no se limita a creer en Dios, sino que implica vivir de acuerdo con Su Palabra y aceptar que todo lo que acontece en nuestra vida es para nuestro bien. Esta enseñanza es un faro de sabiduría en medio de las aguas agitadas de la existencia terrenal.

La fe es un camino de crecimiento, y no simplemente un conjunto de creencias. Significa confiar en que Dios tiene un plan para nosotros, incluso cuando los tiempos son difíciles y los obstáculos parecen insuperables. Es un compromiso profundo que va más allá de las palabras y se refleja en nuestras acciones diarias.

Cuando vivimos en obediencia a Dios, en conciencia y amor por Su Palabra, experimentamos un profundo cambio en nuestra vida. Nuestra fe se arraiga y crece, y con ello, nuestra vida se vuelve más llevadera. A medida que aceptamos que todo lo que nos sucede es parte del plan divino, nuestra perspectiva se ilumina con esperanza.

La dicha, ese estado de felicidad profunda y duradera, es un regalo que la fe nos otorga. Cuando confiamos en Dios y seguimos Sus enseñanzas, encontramos un gozo que no está sujeto a las circunstancias externas. Nuestra fe nos permite ver las bendiciones ocultas en medio de los desafíos, y esta visión llena nuestros corazones de alegría.

La fe también transforma nuestra actitud hacia la vida. En lugar de estar llenos de preocupaciones y temores, encontramos una paz interior que solo la confianza en Dios puede brindar. Experimentamos un amor que se derrama hacia los demás, ya que reconocemos que todos somos hijos de un mismo Padre celestial.

Lo Importante, la obediencia a Dios en conciencia nos lleva a un camino de crecimiento en la fe. Al crecer y llevar una vida de fe, nuestra vida se llena de esperanza, dicha y amor. La dicha es el resultado de confiar en que todo lo que nos ocurre está destinado a nuestro bien, y esta confianza mejora nuestro ánimo y nuestra actitud hacia la vida. Así, la fe se convierte en la fuente de nuestra fortaleza y alegría, iluminando nuestro camino en este mundo terrenal.»

El secreto está en que, mientras Dios nos guía hacia el camino de la vida y la salvación de nuestra alma, también nos alienta a perseguir nuestros anhelos. Sin embargo, debemos recordar que, para que estos anhelos se cumplan, debemos vivir en constante alegría y armonía. Vivir en sintonía con el reino de Dios implica estar en paz con nuestras elecciones y anhelos, asegurándonos de que no causen daño a nadie. Es un recordatorio de que la voluntad divina es un camino de amor y compasión. Por tanto, nuestros deseos y metas deben estar imbuidos de estos valores, permitiéndonos vibrar alto en la frecuencia del amor divino.

El llamado a ‘vibrar alto’ es una invitación a hacer la voluntad de Dios. Significa que nuestra alegría y felicidad deben reflejar una vida basada en el amor, la generosidad y la bondad. Cuando vivimos de esta manera, nuestros anhelos se convierten en un reflejo del propósito divino. La realización de nuestros sueños se convierte en una manifestación de la bendición de Dios, y encontramos una dicha que va más allá de lo superficial. No solo vivimos en armonía con nosotros mismos, sino que también contribuimos al bienestar de los demás, cumpliendo así con la esencia de la enseñanza de Jesús: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *