Dios siempre está entre nosotros, enviándonos mensajeros con su palabra, y mensajeros anunciando el Reino de Dios.

Lo maravilloso de la vida está en la creación de Dios.

Da gracias por lo que Dios te da.

La Palabra que se hace vida

Cuando Jesús proclama en la sinagoga las palabras del profeta Isaías y declara que se cumplen en Él, revela un misterio profundo: la Torá viva se manifiesta en la historia, y el Reino de Dios no es solo promesa, sino presencia en el ahora.

La cábala nos enseña que la Palabra de Dios es luz que desciende desde lo alto, atravesando los mundos espirituales hasta encarnarse en lo humano. En ese momento en Nazaret, la luz oculta (Or HaGanuz) se revela a través de Jesús, mostrando que cada letra sagrada no es solo escritura, sino fuerza creadora que se despliega en el tiempo.

Los oyentes no podían comprender cómo el misterio divino podía encarnarse en alguien tan cercano, “el hijo de José”. Y es aquí donde la enseñanza cabalística ilumina: lo divino no está separado de lo cotidiano, sino que lo habita. El Eterno se oculta en lo simple para que aprendamos a descubrir Su presencia en lo ordinario.

Así, este pasaje nos invita a abrir los ojos espirituales y reconocer que cada día la palabra de Dios busca cumplirse también en nosotros. Somos llamados a ser vasijas de esa luz, mensajeros vivos que anuncien el Reino no solo con palabras, sino con la vida misma.

El misterio no está en el futuro lejano, sino en el presente eterno: hoy se cumple la Escritura si abrimos el corazón para que la Palabra se haga carne en nuestra existencia.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,16-30):

En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor