Jesús nos enseña que el amor es lo más importante, sin dejar de cumplir la ley de Dios, pues vino al mundo para hacernos salvos por la fe y para enseñarnos el amor: la fuerza espiritual que nos alimenta de esperanza y nos conduce a la vida eterna.

Tal vez sea más difícil vivir en el amor que cumplir la ley, porque el amor emana desde lo más profundo de nuestro corazón. Por eso, invoquemos al Espíritu de Jesús para que habite en nosotros, y así cumplamos con la ley, vivamos la fe y permanezca la esperanza.

Dios te bendiga.

El equilibrio entre la ley y el amor

Jesús nos revela en este pasaje un principio que atraviesa toda la estructura del Árbol de la Vida: el desequilibrio entre la severidad y la misericordia conduce a la muerte del espíritu.
Los fariseos cumplían con la ley, pero habían vaciado su corazón de jesed, la bondad amorosa que da sentido a toda justicia. Cumplían el din, la letra fría del juicio, pero habían olvidado el ratzón, la Voluntad Divina que respira detrás de cada mandamiento.

Desde la mirada de la cábala, Jesús está hablando del desajuste entre las sefirot de Guevurá (disciplina, juicio) y Jesed (misericordia, amor). Cuando Guevurá actúa sin Jesed, la ley se convierte en un yugo; y cuando Jesed se desborda sin Guevurá, el alma se dispersa sin forma. El equilibrio perfecto entre ambas es Tiféret, la belleza divina, el corazón del Árbol, donde la verdad y la compasión se funden.

Jesús, que es Tiféret encarnado —la armonía del amor divino en forma humana—, no vino a anular la ley, sino a llenarla de espíritu. Porque la letra sin luz se convierte en piedra, pero la letra con amor se transforma en camino hacia la Vida.

El Maestro nos invita a un tikkún, una reparación interior: a elevar la ley desde la mente hasta el corazón, a cumplirla no por obligación sino por amor.
Cuando el alma asciende por el sendero de Tiféret, la fe deja de ser una idea y se vuelve emanación viva, y la esperanza se convierte en el alimento del alma.

Cumplir la ley con amor es hacer que la Shejiná habite en nosotros. Es permitir que el Espíritu de Jesús —la presencia divina que reconcilia todas las fuerzas— ilumine nuestras acciones, para que cada acto, por pequeño que sea, se convierta en un canal de redención.

Porque no hay santidad sin justicia, ni justicia sin amor.
Y solo cuando el amor se une a la ley, el alma encuentra la puerta de la vida eterna.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,42-46):

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!»
Un maestro de la Ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros.»
Jesús replicó: «¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo!»

Palabra del Señor.

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