Jesús nos enseña a vivir con fe y nos revela, a través de su palabra, el secreto de la fuerza del amor.

Sana tu corazón para que de él broten la bondad, la misericordia y el amor, y así vivas en el Reino de Dios, alejado de la maldad y de la mala inclinación. Si Dios te permite recorrer el camino que eliges, elige mejor el camino de la vida, como un árbol sano.

Un árbol sano y un corazón alineado con la Luz

Jesús nos enseña que un árbol bueno da frutos buenos, y un árbol malo, frutos malos. No es solo una lección moral sencilla, sino un principio espiritual profundo: lo que está enraizado en lo divino produce vida; lo que se aparta de la Luz termina marchitándose.

En la Cábala, el corazón humano es visto como un canal entre lo alto y lo bajo: lo que permitimos que habite en nuestro interior desciende como energía al mundo material. Cuando Jesús dice que “el hombre bueno saca lo bueno del tesoro de su corazón”, nos invita a purificar nuestras raíces, a nutrirnos de la Palabra de Dios y a dejar que Su amor atraviese nuestro ser. Un corazón alineado con la Luz —como enseña la Cábala— se convierte en un árbol sano que conecta el cielo y la tierra.

Del mismo modo, edificar la casa sobre roca es edificar nuestra vida sobre la presencia viva de Dios. En términos cabalísticos, es elegir el sendero de la estabilidad espiritual (Yesod), donde la fe y las acciones están unidas. El sabio no solo escucha, sino que hace: transforma la Palabra en acción, el conocimiento en fruto.

La mala inclinación (yetzer hará, en la tradición judía) siempre intenta desviarnos, invitándonos a construir sobre arena: la comodidad, el ego, la apariencia. Pero quien se sostiene en el Amor de Cristo y en la verdad de la Palabra, aunque lleguen las tormentas, permanece firme.

Hoy, pregúntate: ¿de qué tesoro estás alimentando tu corazón? Si tus raíces están en Dios, tu vida se convertirá en un árbol fuerte que da frutos de misericordia, paz y amor, y tu casa resistirá cualquier viento.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,43-49):

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose.»

Palabra del Señor.