El deseo de Dios es que su mensaje llegue a los hombres a través de los hombres; por eso, Jesús envía a sus discípulos como seres de luz para iluminar el mundo, enseñando la fe.
Sé promotor del mensaje de Dios llevando una vida en paz. Acepta todo con amor.
El resplandor de los enviados
Jesús envía a sus discípulos de dos en dos, como luminarias que se acompañan, porque la luz verdadera nunca camina sola: siempre busca reflejarse y multiplicarse. En la cábala, la misión de cada alma es revelar la chispa divina que lleva oculta dentro de sí; esa chispa solo se enciende plenamente cuando se comparte con el mundo.
El Maestro sabía que cada discípulo era un portador del Or Ein Sof, la luz infinita, y que al ir de aldea en aldea no solo anunciaban un mensaje, sino que cumplían con el tikkun —la reparación del mundo—, restaurando la armonía entre cielo y tierra.
La enseñanza es profunda: no se trata de conquistar territorios, sino corazones; no de imponer la fe, sino de sembrar paz. Allí donde el discípulo lleva shalom, se abre un canal entre lo alto y lo bajo, y la Presencia Divina reposa. Allí donde no se recibe la luz, el polvo mismo se convierte en testigo del rechazo.
Así, cada paso que damos en fidelidad al mensaje de Dios se transforma en un acto de creación, en un hilo de luz que teje la red sagrada del universo. Ser discípulo es más que predicar: es vivir como canal de esa luz, aceptando con amor, incluso cuando el mundo se resista.