En la narrativa evangélica, Jesús no solo expulsó a los mercaderes del templo físico, sino que nos dejó un mensaje profundo sobre la pureza de nuestro propio ser. Nuestro cuerpo es el templo de Dios, y cada acción, palabra y pensamiento que albergamos afecta su sagrada morada.

Cada elección es una piedra en la construcción de nuestro templo interior. Los pensamientos oscuros y las palabras hirientes son como vendavales que erosionan sus paredes. Pero, ¿cómo podemos preservar la santidad de este lugar? Vivimos en gratitud. Cumplimos con los mandamientos de Dios, también conocidos como mitzvot, regalos divinos para mantener nuestro templo resplandeciente.

No te hagas lío, no es una carga pesada, son preceptos divinos para cuidar el santuario que llevas dentro. Cada mandamiento es una joya que embellece el altar de tu corazón.

El llamado de Jesús va más allá de la creencia; implica acción. Deja que sus enseñanzas se encarnen en cada fibra de tu ser. Sé su discípulo no solo con palabras, sino con cada acto de amor, compasión y justicia.

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Que tu vida sea un testimonio, un templo resplandeciente donde la luz de Dios brille en cada rincón. ¡Cumple con los mandamientos (mitzvot) y permite que tu cuerpo sea un sagrado lugar de adoración!

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