El alma que habita en nosotros es el tesoro más alto que el Creador ha puesto en nuestras manos. Vivir con sabiduría es custodiarla en santidad: perdonar donde hubo ofensa, reparar lo que hemos herido y sembrar bondad sin medida. Todo lo que el mundo ofrece es fugaz; la verdadera ganancia es ganar almas amigas para el Reino, pues ‘no podéis servir a Dios y al dinero’. Al final, solo una riqueza permanece: alcanzar la vida eterna.

 

El tesoro del alma y la única riqueza verdadera

El administrador infiel de la parábola entendió algo esencial: lo que hoy poseemos es solo un préstamo del Cielo, y la eternidad es el verdadero horizonte. En la cábala, aprendemos que el alma es una chispa divina —una luz que desciende del Ein Sof— confiada a nosotros para ser cultivada. Cada acto de perdón es un tikkun, una reparación que eleva las chispas dispersas y restituye armonía en los mundos.

Administrar bien la vida es usar lo temporal para lo eterno: convertir lo material en un canal de luz, sembrar bondad en Maljut para que la bendición fluya desde las sefirot superiores. Cuando reparas el daño causado, no solo sanas el vínculo humano, sino que liberas energías que habían quedado atrapadas en la separación.

El oro y la plata son solo recipientes frágiles; la verdadera riqueza son las almas amigas que conquistamos en el amor. Por eso Yeshúa advierte: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Escoge ser un siervo de la Luz, y guarda tu alma como el tesoro que un día volverá a su Fuente.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (16,1-13):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».

Palabra del Señor