Aceptar con amor lo que debemos vivir en esta vida terrenal es la elección correcta para el viaje de nuestra alma de regreso a la casa de Dios.
Cargar la cruz y agradecer por todo lo que nos acontece mengua la soberbia y expulsa el ego, permitiendo al Espíritu Santo actuar en nosotros.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde o arruina su propia alma?

El Camino del Alma: Cruz, Humildad y Redención

Jesús nos enseña que seguirlo implica renunciar a nosotros mismos, cargar nuestra cruz y aceptar con amor el sendero que Dios ha trazado para nuestra vida. Desde la perspectiva de la Cábala, este proceso es parte del tikkun, la corrección del alma en su viaje de regreso al Creador.

En la tradición cabalística, el ego (yetzer hará) es la barrera que nos separa de la luz divina. Apegarnos al mundo material y a la búsqueda del poder o la riqueza sin propósito espiritual nos aleja de nuestra verdadera esencia. Jesús nos advierte: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde o arruina su propia alma?» (Lucas 9,25). Esto resuena con la enseñanza cabalística de que solo al desprendernos del apego al «yo» podemos elevar nuestra conciencia y conectar con la Shejiná, la presencia divina.

Aceptar el sufrimiento con gratitud y humildad transforma nuestra alma y la purifica. Así como la Cábala nos habla de los sefirot, los atributos divinos que debemos manifestar, Jesús nos invita a reflejar en nuestra vida la misericordia (Jesed), la disciplina (Guevurá) y la armonía (Tiferet), equilibrando nuestra existencia en el árbol de la vida.

La cruz que cada uno carga no es un castigo, sino una oportunidad de rectificación y crecimiento espiritual. Quien aprende a aceptar su misión con amor, en lugar de resistirse, experimenta la verdadera libertad, porque su alma se alinea con la voluntad divina. El verdadero éxito no está en poseer el mundo, sino en encontrar el camino de regreso a Dios.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,22-25):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
Palabra del Señor.

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