En el Evangelio de Juan (1,35-42), nos encontramos con un pasaje revelador que señala hacia la figura de Jesús como el Mesías, aquel que viene para salvarnos y enseñarnos la voluntad de Dios. Esta enseñanza se complementa perfectamente con las palabras de la primera carta del apóstol san Juan (3,7-10), donde se nos insta a vivir conforme a la voluntad divina para pertenecer verdaderamente a Dios.

En este llamado a seguir a Jesús, reconocemos en Él al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Qué significa esto para nosotros? Nos invita a modelar nuestras vidas según el ejemplo de Jesús, a abrazar sus enseñanzas y a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Es a través de esta transformación que encontramos el camino hacia el Reino de los Cielos.

Siguiendo el llamado de Jesús, nos sumergimos en una vida que refleja la esencia divina, y al hacerlo, nos acercamos a la promesa de la vida eterna. La invitación es clara: busquemos a Jesús, reconozcámoslo como el guía que nos lleva a Dios y vivamos conforme a sus enseñanzas.

En nuestra travesía terrenal, recordemos la sabiduría transmitida: es mejor pasar cien años en la tierra que tres días en el purgatorio. No olvidemos que al cielo no entra nada manchado. Por lo tanto, vivir una vida plena implica vivir de acuerdo con los principios de Jesús.

Querido lector, te invito a reflexionar sobre la importancia de abrazar la enseñanza de Jesús. Mereces ser feliz, y esa felicidad se encuentra en seguir al Cordero de Dios. ¿No es acaso la vida de Jesús un modelo perfecto para alcanzar la plenitud y la vida eterna? Que este llamado resuene en nuestros corazones, guiándonos hacia un camino de amor, compasión y obediencia a la voluntad divina. Encontremos en Jesús el camino que nos lleva a la verdadera felicidad y al Reino de los Cielos. ¡Busquemos al Cordero de Dios y vivamos plenamente en su luz!

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