Creer en Jesús es creer en el que viene de lo alto, en aquel que ha visto y oído los misterios del cielo.
Quien recibe su testimonio, acepta la verdad divina y entra en el camino de la misericordia del Padre.
Jesús, el Justo, no vino solo a ser contemplado, sino a ser escuchado y obedecido.
La gran revelación no es solo saber que Él es el Hijo de Dios, sino vivir como Él nos enseñó.
Creer en Jesús no es repetir su nombre, es hacerle caso.
Es caminar con humildad, amar con sinceridad y actuar con justicia.
Porque quien cree en el Hijo tiene vida eterna,
pero quien rechaza su enseñanza se aleja de la luz y permanece en la oscuridad.
Abre tu corazón a la verdad que viene del cielo,
vive como Él vivió, ama como Él amó y encontrarás la paz que solo Dios puede dar.
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Creer es unir cielo y tierra
El Evangelio nos revela que Jesús viene de lo alto. No habla desde la tierra, sino desde la altura de la conciencia divina. Y en la cábala, todo lo que viene “de lo alto” desciende desde el mundo espiritual —Atzilut, el mundo de la cercanía con Dios— para vestir una forma en este mundo físico, llamado Asiyá.
Jesús es la luz que desciende del Ein Sof, del Infinito, para mostrarnos el rostro del Padre. Su palabra no es una opinión humana; es una transmisión celestial, una shefa, un influjo divino que baja como maná espiritual para alimentar nuestra alma.
Creer en Él no es un acto pasivo, es una activación de nuestra alma. Es recibir esa luz y permitir que penetre nuestras capas más densas. Según la cábala, el alma está compuesta de varios niveles: nefesh, ruaj, neshamá. Creer en Jesús es permitir que su enseñanza despierte nuestra neshamá, la parte más elevada del alma, y nos conduzca de vuelta a nuestra fuente.
La gran revelación, entonces, no es sólo saber que Jesús es el Hijo de Dios, sino comprender que creer en Él es aceptar su misión: la de transformar el mundo desde dentro, desde cada uno de nosotros. El Zóhar enseña que “la palabra justa despierta mundos ocultos”. Así también, la palabra de Jesús, cuando es creída y vivida, despierta en nosotros mundos interiores dormidos.
Creer es hacerle caso, como dice el mensaje. Es alinear nuestra voluntad con la Voluntad Superior, es vivir en armonía con las leyes del cielo mientras habitamos la tierra. Es cumplir el tikkun —la corrección espiritual de nuestra alma— a través del amor, la justicia y la fe viva.
Quien acepta a Jesús, el justo que viene del cielo, permite que su interior se convierta en un canal de misericordia divina. Y quien lo rechaza, no es castigado por Dios, sino que permanece desconectado de la luz. Porque como enseña la cábala: donde no hay luz, hay juicio.
La buena noticia es que cada día podemos volver a elegir. Creer. Escuchar. Obedecer.
Y así, unir lo alto con lo bajo. El cielo con la tierra. El alma con su Creador.
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Lectura del santo evangelio según san Juan (3,31-36):
EL que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.
Palabra del Señor