
Conocer a Dios es realmente una fortuna que te llena de alegría y del Espíritu Santo que hace tu vida mas placentera en este caminar terrenal.
Acepta entonces la invitación para ser feliz, vacía tu ego y acepta la voluntad de Dios con alegría dando gracias en todo lugar y todo momento, porque todo es parte de su creación.
Escucha a Jesús y hazlo tu guía para vivir en amor.
Bienaventurados los que Ven
Hay momentos en los que el alma se abre como una ventana encendida, y entonces la luz divina entra sin pedir permiso. Lucas nos recuerda que hay ojos que ven y oídos que oyen lo que muchos desearon contemplar y jamás alcanzaron. Esta es la huella de los bienaventurados: aquellos cuya mirada interior se despierta y cuyo oído espiritual reconoce el susurro del Creador.
La cábala enseña que toda revelación nace de la luz oculta, esa chispa que Dios sembró en lo profundo del alma. No se trata de un privilegio externo, sino del fruto de un corazón dispuesto a despojarse del ego para dejar que el resplandor divino fluya sin resistencia. Cuando el alma se purifica, sus sentidos espirituales se abren, y entonces ve lo que antes era invisible y oye lo que antes era silencio.
Bienaventurado es quien contempla la presencia de Dios en lo cotidiano, porque ha afinado su visión para percibir la Or —la luz— detrás de cada detalle. Bienaventurado es quien escucha Su voz, porque ha hecho silencio en su interior para oír el murmullo con el que el cielo habla.
Jesús celebra a aquellos que tienen esta capacidad espiritual no por haber nacido con un don especial, sino porque han elegido caminar en humildad. Ellos descubren que ver a Dios es reconocer Su mano en cada instante, y oírlo es abrirse a la verdad que Él deposita en el corazón.
Quien ve y oye a Dios vive de cara a la eternidad, porque ha despertado a la vida verdadera. Y ese despertar, luminoso y profundo, es la mayor dicha que un ser humano puede recibir.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,21-24):
En aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
Palabra del Señor.
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