Dichosos quienes tienen fe y aceptan la voluntad de Dios.

Una fe verdadera es aceptar la voluntad de Dios, viviendo con alegría los sucesos que debemos atravesar, ya sea para la expiación de nuestros propios pecados o por los del mundo entero.

Todo lo que experimentamos en esta vida contribuye a la corrección de nuestra alma, para que podamos regresar a Dios. No hay tribulación sin causa, por eso aceptemos con amor lo que nos toca vivir, reparando con arrepentimiento las faltas cometidas. Dios no se equivoca.

Y si no encuentras falta en ti, alégrate aún más, porque entonces estás siendo como Cristo en esta tierra, manifestando el amor de Dios a través de tu entrega.

¿Qué te falta para crecer en la fe?

¿Quién dice la gente que soy yo?

Cuando Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, no lo hace por vanidad, sino para invitar a una introspección profunda. La cábala enseña que en cada alma hay una chispa divina, una parte oculta de la identidad que solo se revela al mirar más allá de lo aparente. Reconocer a Jesús como el Hijo del Dios viviente, como hizo Pedro, es un acto de visión espiritual. No se trata de una deducción lógica, sino de una revelación que viene del alma.

La cábala llama a esto “da’at elyón”, el conocimiento superior: una comprensión que no nace de los sentidos, sino de la conexión con lo divino. Pedro no respondió desde la carne, sino desde el espíritu. Por eso Jesús le dice: “No te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”. Es decir, su alma se alineó con la verdad.

Pero justo después, cuando Pedro se opone al anuncio del sufrimiento de Jesús, vemos cómo el ego —la inclinación inferior o yetzer hará— puede nublar incluso la visión más elevada. Por eso Jesús le dice: “Apártate de mí, Satanás”. No porque Pedro sea maligno, sino porque, en ese instante, su mente se volvió a conectar con el deseo de evitar el dolor, el mismo deseo que impide muchas veces el crecimiento del alma.

La cábala nos recuerda que hay dos naturalezas en tensión constante dentro de nosotros: la parte del alma que anhela retornar a Dios, y la parte que busca comodidad, control, reconocimiento. La corrección espiritual —tikún— ocurre cuando elegimos alinear nuestras decisiones con la voluntad divina, aunque implique cruzar por el dolor, la entrega o la incomprensión.

Jesús sabía que su misión implicaba entrega. Sabía que el camino hacia la resurrección pasaba por la cruz. La cábala llama a este proceso de transformación profunda “itzur”, el refinamiento del alma. Solo quien acepta perder su vida por amor, encuentra la vida verdadera.

Así, esta enseñanza nos recuerda que no basta con reconocer quién es Jesús. También debemos aceptar el camino del Mesías: un camino de entrega, desapego, y fe en el plan superior, aunque no lo entendamos con claridad.

¿Desde dónde estás mirando tú a Jesús? ¿Desde el alma… o desde el miedo?

Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,13-23):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»

Palabra del Señor.