Jesús vino al mundo para enseñarnos la fe y llevarnos al reino de los cielos, revelándoos que la fe es un don de Dios que tenemos que cultivar y enseñar.

Es por eso que debemos vivir alegres, dando gracias a Dios en todo lugar y todo momento, pidiendo que incremente nuestra fe, porque: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»

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La luz que se expande

Hay en cada ser humano una chispa silenciosa, un destello que la cábala describe como luz potencial: un fragmento de propósito que aguarda ser despertado. No es un adorno del alma, sino su tarea más alta. Esa luz fue confiada para ser elevada, no almacenada; para multiplicarse, no esconderse.

El universo espiritual se mueve con la misma lógica del fuego: solo crece cuando toca algo y lo transforma. Así ocurre con el don interior. Si se activa mediante actos, decisiones y pensamientos alineados con la verdad, se expande más allá de su tamaño inicial. Si se deja inerte, se apaga. La luz pide movimiento; lo estancado se marchita.

La cábala enseña que todo lo que recibimos del Creador es semilla y demanda siembra. El alma fue diseñada para convertir posibilidad en realización. Cada gesto de bien amplía su recipiente; cada elección valiente abre canales de bendición; cada paso hacia la misión personal despierta corrientes que estaban dormidas.

Y entonces aparece el principio que atraviesa los mundos: aquello que se usa se multiplica, y aquello que se teme desarrollar se desvanece. No por castigo, sino por naturaleza. La luz prospera en manos que la honran; se retrae de corazones que la ocultan.

Por eso, la invitación es clara como un amanecer: no escondas tu chispa. No permitas que el miedo la entierre ni que la inercia la convierta en sombra. Actívala, aunque tiemblen tus manos. Eleva lo que te fue dado con constancia, gratitud y valentía.

Quien lo hace descubre un misterio antiguo: a la luz que se atreve a brillar se le concede más luz. El alma que se entrega abre puertas que parecían cerradas. Y así, de un pequeño destello surge un resplandor capaz de transformar mundos.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,11-28):

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negociad mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, ya tiene diez minas”.
Os digo: “Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Palabra del Señor.

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