En el Evangelio de Lucas (17,1-6), Jesús nos ofrece una sabiduría profunda acerca de la fe y la relación con Dios. Nos invita a reconocer el poder divino en nuestras vidas, incluso en medio de situaciones que podríamos considerar difíciles o adversas. Jesús nos advierte que habrá momentos en los que enfrentaremos pruebas inevitables, pero nos revela un secreto fundamental para fortalecer nuestra fe: aceptar todo con amor.
La clave reside en entender que reconocer el poder de Dios implica aceptar las circunstancias de nuestra vida con amor, confiando en que, a pesar de lo que percibimos como desafíos, Dios tiene un propósito mayor y benevolente para nosotros. Esta aceptación no solo implica resignación, sino una actitud activa de entrega y confianza en el plan divino.
Jesús destaca la importancia de considerar como «pequeños» a aquellos que hacen la voluntad de Dios. Aquí, ser «pequeños» no se refiere a la estatura física, sino a la humildad y la obediencia ante la voluntad divina. Al vivir de acuerdo con los principios enseñados por Jesús, nos convertimos en instrumentos de la voluntad de Dios.
El mandato de perdonar a nuestro hermano, incluso cuando nos ha herido, revela un aspecto crucial de esta enseñanza. Al perdonar, no solo liberamos a otros de la carga del pecado, sino que también evitamos caer en el pecado de omisión al reprender amorosamente. Este acto de perdón y corrección nos ayuda a crecer en humildad, haciéndonos más pequeños a los ojos de Dios.
Entender que el perdón es una forma de aceptar y amar nos lleva a la conclusión de que la fe se fortalece cuando vivimos de acuerdo con los principios de Jesús. Aceptar con amor las experiencias de la vida, perdonar a los demás y vivir en sintonía con la voluntad divina son prácticas que nos conectan directamente con Dios y nos permiten ser creadores de una realidad marcada por el amor y la compasión.
Por lo tanto, la fe se convierte en un acto dinámico y transformador. Al vivir en estado de oración y aplicar los principios del Evangelio en nuestra vida diaria, nos convertimos en colaboradores activos en la creación de un mundo basado en el amor y la voluntad de Dios.