Jesús nos revela el poder de la oración, como está escrito en Lucas 18,1-8. Por eso debemos orar sin desfallecer.

La fe es creer en Dios.
Y si le crees a Dios, entonces háblale: eso es la oración.

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La Constancia que Abre los Cielos

En los pliegues ocultos del tiempo, donde el alma aprende a latir al ritmo del Misterio, se alza una enseñanza luminosa: la constancia en la oración no es un acto repetitivo, sino un movimiento interior que despierta mundos. El relato que inspira este mensaje nos habla de orar sin desfallecer, y la cábala nos revela el trasfondo secreto de esa perseverancia.

La cábala enseña que cada plegaria auténtica asciende como una chispa que busca su fuente. No siempre abre los cielos en el primer intento, porque el alma debe afinarse, pulirse, vibrar en la frecuencia del Bien. La oración perseverante es ese pulido: un trabajo silencioso del corazón que disuelve capas de oscuridad interior hasta que la Luz encuentra un canal limpio para descender.

Cuando oramos sin cansancio, el alma despierta su emuná, la fe profunda que no depende de las circunstancias sino del reconocimiento del Origen. La emuná no es solo creer: es alinearse. Es entrar en la corriente sagrada que une el mundo visible con los mundos superiores. Y en esa alineación, la oración deja de ser un pedido y se convierte en un acto de unión.

La cábala también nos enseña que la justicia divina no opera por presión, sino por correspondencia. La mujer insistente del relato no vence al juez: lo transforma. Así también la oración constante transforma al que ora. Su luz interior aumenta, su vasija se ensancha, su alma se vuelve apta para recibir aquello que ya existe preparado para él en los planos superiores.

Orar sin desfallecer no es un esfuerzo humano que obliga a Dios; es un tikkun, una reparación interior que abre el espacio para que la Bendición fluya. Cada palabra dicha con fe talla el alma, cada silencio ofrecido con esperanza eleva los mundos, y cada acto de confianza rasga un velo más entre el hombre y su Creador.

La perseverancia en la oración es la llave que nos recuerda quiénes somos: seres llamados a conectar cielo y tierra, portadores de una chispa divina que anhela regresar a la Luz. Y cuando esa chispa clama sin detenerse, la Luz siempre responde. Aunque tarde a nuestros ojos, nunca tarda en la verdad.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario.» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor.

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