Hoy escribo desde la orilla del tiempo, donde las olas de los días traen y llevan lo que he sido, lo que he amado y, sí, lo que he dejado a medias. Podría parecer una carta de despedida, ¿sabes? Porque al final ninguno de nosotros sabe el día ni la hora en que le toque cerrar el capítulo. Pero no, no me voy. Esto es más bien una sacudida de conciencia para mí, y quizás también para ti si me lees.
Dicen que hay que vivir cada día como si fuera el último. Pero ¿qué significa eso realmente? No es correr tras placeres fugaces. Es vivir con el corazón ligero: sin cuentas pendientes, sin deudas emocionales, sin promesas rotas. Es amar con toda el alma, perdonar como si no hubiera mañana, y soltar lo que pesa para que el espíritu no cargue cadenas.
Jesús, aquel que dividió la historia, nos mostró este camino. Amar sin medida, servir con humildad, poner la otra mejilla… Fácil de decir, pero no para cualquiera. ¿Sabes lo que implica cargar una cruz? Eso es para valientes. Amar a quien te ama es sencillo, pero amar a quien te hiere, perdonar a quien te traiciona… eso es de valientes, de locos por la verdad, de almas que eligen el amor aunque cueste.
Escribo esto en un día especial. Pero no lo veo como un año más, sino como un año menos, una señal de que el tiempo avanza y la vida nos pide cuentas. Cada día es una oportunidad para reflexionar, para corregir, para caminar hacia lo que realmente importa: la santidad, la paz interior, la certeza de que vivimos como Dios nos enseñó.
Entre los momentos felices y las pausas necesarias, me detengo a recordar lo esencial: vivir con el alma en paz, caminar con amor y hacer el bien. Que cuando llegue la hora de cerrar los ojos a este mundo, lo hagamos sin arrepentimientos, sin pendientes, con el corazón lleno de fe y gratitud, listos para el Reino de Dios.
Si estas palabras te encuentran, es porque creo que también te sirven. La vida es breve, pero rica en regalos si sabemos vivirla bien. Así que, dime, ¿qué harás con los días que te quedan?