Para ver a Jesús, primero debes estar dispuesto a recibirlo en tu corazón.

Jesús está entre nosotros, y puedes verlo en ese hermano que ayuda a los demás o en aquel que necesita de tu ayuda, porque todos somos uno, conectados al Padre, y sus obras están siempre presentes.

Quien escucha a Jesús y lo deja entrar en su corazón, lo seguirá… y tendrá vida eterna.

El alma que reconoce su origen

En el Evangelio de Juan (10,22-30), Jesús dice con firmeza: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás”. Esta afirmación encierra un misterio profundo que la cábala también nos ayuda a entender: no todos escuchan la voz del Pastor porque no todos han despertado aún a la verdad de su origen.

Según la cábala, dentro de cada ser humano hay una nitzotz, una chispa divina. Esta chispa proviene directamente del Ein Sof, del Infinito, y anhela volver a la Fuente de la que fue separada. Sin embargo, en su descenso al mundo material, esa chispa se cubre de velos: distracciones, miedos, deseos terrenales. Por eso no todos escuchan la voz del Pastor. Pero aquellos cuya alma ya ha comenzado a despertar, sienten una resonancia inconfundible cuando oyen la verdad: una voz que no es externa, sino interior. Una voz que llama al alma desde el principio de los tiempos.

Jesús, al decir que él y el Padre son uno, nos está mostrando que la verdadera unidad no es sólo entre él y el Creador, sino también la que está destinada a restaurarse entre Dios y nosotros. El Shema Israel, el corazón de la fe judía, proclama: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es Uno”. Este uno es total e indivisible. Cuando Jesús declara que él es uno con el Padre, está diciendo: “yo he retornado a esa unidad; vengan, síganme, y regresen también ustedes”.

La cábala enseña que vivimos en dos mundos: el mundo espiritual (Olam HaAtzilut) y el mundo material (Olam HaAsiyá). Nuestra alma transita ambos, y esta vida es una travesía en la que debemos recordar quiénes somos realmente. Jesús nos invita a despertar en medio del mundo material, y reconocer la voz que habla al alma desde lo alto. Él no vino a crear división, sino a restaurar la unidad con el Creador, a traer a los gentiles —que también llevan en su interior la chispa divina— de vuelta a la casa del Padre.

Quienes escuchan su voz son las almas que están listas para recordar. Aquellas que, al escuchar el llamado, reconocen el eco de la eternidad. Y al seguirlo, inician el verdadero retorno: el camino hacia la vida eterna.


Lectura del evangelio según san Juan (10,22-30):

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Palabra del Señor.

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