Jesús concede a sus discípulos poder y autoridad sobre toda fuerza de mal y para sanar enfermedades.

Por eso, invoca a Jesús para que habite en tu interior y te otorgue esa gracia: vivir en santidad, alejar las tinieblas y caminar en plenitud.

Sé fuente de luz y sanidad para los corazones heridos.

¡Que viva la fe, viva la esperanza y viva el amor!

Portadores de la Luz Infinita

Cuando Jesús da poder y autoridad a sus discípulos, no les entrega un arma externa, sino una chispa del Infinito que habita en lo profundo del alma. La cábala nos revela que cada ser humano lleva dentro un fragmento del Or Ein Sof, la Luz ilimitada de Dios. Ese poder no se compra ni se conquista: se recibe en humildad, como un vaso dispuesto a ser llenado.

El Maestro les envía sin provisiones, sin seguridad humana, para enseñarles que el flujo divino solo llena las manos vacías. En términos cabalísticos, el desapego abre los canales para que la bendición descienda. Cuanto menos cargas traes, más espacio hay para el Espíritu.

Los “demonios” que son vencidos no son solo fuerzas externas: son las klipot, las cortezas del ego y el miedo que oscurecen la luz. Sanar enfermedades es también sanar las fracturas del corazón y del mundo, restaurando el equilibrio de las esferas sagradas.

Hoy, ese envío continúa. Jesús te llama a ser portador de su luz, a caminar confiando en que la providencia sostendrá tu camino. Cuando pronuncias palabras de amor, cuando sanas con tu compasión, el cielo se inclina y la Creación se reordena un poco más.

Vive en santidad, camina ligero y deja que tu vida sea un canal del Infinito. Porque cada paso, cuando es guiado por Él, hace temblar las sombras y enciende estrellas en la noche del mundo.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,1-6):

En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.

Palabra del Señor.