Jesús te ha elegido para ser una fuente de luz y redención para el mundo.
Por eso, actúa siempre con rectitud, sabiendo que la verdadera recompensa viene de Dios.
El Siervo de Dios y la Luz que No Se Apaga
En el Evangelio según san Mateo (12,14-21), vemos a Jesús retirarse cuando los fariseos comienzan a planear su muerte. Pero el evangelio también nos revela que, incluso en ese retiro, Jesús no deja de sanar. No busca el enfrentamiento, no levanta la voz, no impone su poder… y, sin embargo, su luz sigue encendida. Como dice el profeta Isaías, no quebrará la caña cascada ni apagará la mecha que aún humea. Este es el Siervo elegido por Dios: humilde, compasivo, silencioso, pero lleno de poder verdadero.
La cábala nos enseña que la luz divina —la Or Ein Sof, la luz infinita de Dios— se oculta muchas veces tras velos, precisamente para no abrumar al mundo. Esa luz no siempre se manifiesta con estruendos ni con grandes demostraciones; más bien, se revela en la compasión silenciosa, en el acto justo, en la voz que consuela y no condena. Jesús, como canal perfecto de esa luz, nos muestra que la verdadera redención no viene del poder humano, sino de la entrega, de la ternura, de la justicia impregnada de misericordia.
Desde la cábala, el alma humana tiene dentro de sí una chispa divina (nitzotz) que anhela volver a la Fuente. Y esa chispa se aviva cuando imitamos al Siervo fiel: cuando no respondemos al mal con más mal, cuando optamos por el bien aunque nos cueste, cuando sostenemos al débil en lugar de desecharlo. Así, nos convertimos también en portadores de luz —como Jesús— y participamos del tikkún, la restauración del mundo.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita esa clase de discípulos: los que no buscan brillar para sí mismos, sino reflejar la luz de Dios con humildad, actuando con justicia, sanando con amor, y confiando en que, aunque el mundo parezca oscuro, la mecha que aún humea no se apagará.
Evangelio que inspiró este mensaje
Lectura del santo evangelio según san Mateo (12,14-21):
En aquel tiempo, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí, y muchos le siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones.»
Palabra del Señor.