El evangelio de Mateo (21,23-27) nos revela una verdad fundamental de la fe: todo proviene de Dios, incluyendo la autoridad de Jesús. Cuando los sacerdotes y ancianos cuestionan a Jesús sobre el origen de su autoridad, Él les responde con una pregunta sobre el bautismo de Juan. La intención de Jesús no es sólo exponer su hipocresía, sino también mostrar que la autoridad auténtica, la que transforma y salva, tiene su origen en Dios.

Los líderes religiosos, incapaces de aceptar esta verdad, responden «no sabemos». Esta respuesta refleja su temor a enfrentar las implicaciones de su fe, pero al mismo tiempo legitima lo que Jesús enseña: todo en el cielo y en la tierra tiene su fuente en Dios. Ellos deberían haber reconocido que, si la obra de Juan venía de Dios, entonces la misión de Jesús también lo hacía. Pero su falta de fe y su apego al poder humano les impidieron aceptar lo evidente.

Jesús nos muestra que la libertad para decidir y actuar está siempre enraizada en nuestra relación con Dios. Somos libres de conciencia porque todo proviene de Él, y reconocerlo nos da claridad y firmeza para vivir según su voluntad. Los ancianos, al evadir la verdad, pierden la oportunidad de abrirse a esa realidad divina.

Esta escena nos invita a reflexionar sobre nuestra fe: ¿reconocemos que no hay nada fuera de Dios? ¿Aceptamos que todo lo que sucede en el mundo tiene su origen y propósito en Él? Jesús nos llama a vivir confiando plenamente en esta verdad, sabiendo que su autoridad, su palabra y su amor provienen del único que lo sustenta todo: Dios mismo.

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